Los acólitos de la ciencia ficción leían mis escritos y reclamaban que terminara mi novela, sin embargo yo llevaba años agregando apuntes e intercalando episodios a una historia cada vez más caótica y complicada.
Sabía, en mi fuero íntimo, que esos escritos no soportarían el intento de ingreso por las puertas de la literatura. Aunque las ideas eran buenas y las hipótesis originales, yo sabía que eso no bastaba para hacer literatura -aunque fuera de ciencia ficción-.
Estaba acostumbrado a imaginar historias, a construir personajes y calcular sus peripecias y destinos, sin embargo mi vida no es literatura y no había forma de preparar el final efectista para una relación desgastada o para concluir una amistad envilecida.
Hacía mucho tiempo que había dejado de escribir con la continuidad que me hubiera gustado tener cunado comencé a estudiar letras, alentado por la esperanza de ser un buen escritor. En aquel tiempo, como ahora, no había podido calcular la paradoja del que se dedica a enseñar a leer y a escribir se queda, devorado por la rutina y la burocracia, imposibilitado del ejercicio de esos placeres que los llevaron a elegir una profesión.
Una labor por la que uno profesa la palabra, en su doble faz de lectura y escritura, recitando los verbos ajenos y corrigiendo los grafos de los principiantes, cuya rebeldía juvenil les impide confesar el goce que produce el encuentro con la ficción y las canciones.
He leído a diversos escritores que, acuciados por el interrogatorio de los periodistas, tratan de explicar el proceso creador y apelan a las fórmulas del principio y del final, del principio que busca un final y de la situación que busca su principio y su final.
Tengo ya una historia con un principio y un final, una historia poco conocida por los historiadores y con una trama que desemboca en un final inesperado. Sólo me faltan las palabras para dar cuenta de ella y, tal vez entonces, convertirla en literatura. A fin de cuenta la literatura no se trata de buenas historias sino del mejor modo de contarlas y convertir entonces, la historia más pueril, en una obra digna de no olvidarse y soportar el asedio de los siglos, los lectores y de los escritores que no quieren ser opacados por las páginas de un libro que se entroniza, a veces, sin buscarlo.
Tengo mi historia entre apuntes y fotocopias de libros poco frecuentados y me pregunto si bastará con contar que un hombre, hijo del lleno venezolano, siguió a un caudillo quizá buscando la aventura, quizá la gloria o para conseguir esa promesa de libertad e igualdad.
En verdad todos nacemos en el mismo suelo pero no bajo el mismo cielo y descubrir esa ecuación es la que nos puede adelantar o postergar la felicidad. Así este llanero tomó su caballo y su lanza, emulando a la generación que le precedió con sus mismas ilusiones y aspiraciones, pero por suerte un hombre no sabe eso y por ello su aventura, su angustia y su gloria son por siempre originales y eternas.
Tal vez no se sabía ni se intuía único, sino simplemente lo sentía. Tal vez tampoco comprendía por qué cabalgaba, abandonando los trabajos cotidianos para desafiar al fuego y al metal, pero no podía evitar la excitación de la lucha y el temor de la emboscada.
Quizá creyó en su caballo y en el cuchillo, con la misma fe que le profesó a Simón, a la Virgen y a los demonios que pueblan las sombras y las pesadillas. A fin de cuentas, nosotros, instalados en un mundo sin fe ni esperanza en el ultramundo no podemos tener ninguna comprensión y nos hacemos nuestra propia versión de lo que significa ser un llanero del siglo XIX.
También, en nuestra ignorancia, creemos que él tampoco lo sabía y especulamos sobre intereses, móviles y motivos que lo llevaban más allá de su voluntad, como un títere, víctima de los poderosos de turno.
4/XII/04
domingo, 23 de noviembre de 2008
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2 comentarios:
Lo de escribir es una cosa extraña, y es cierto que la burocracia entorpece y estorba. Pero cuando las palabras están listas para salir terminan saliendo.
Con respecto a la historia que se cuenta, algunos maestros dicen que es casi siempre la misma (digamos, un repertorio muy limitado...). Por suerte, algunos escritores hacen que tenga sentido vover a contar las mismas cosas una y otra vez.
Con respecto al personaje, supongo que no podemos menos que sucumbir al espejismo de nuestra unicidad. La monotonía rítmica de lo cotidiano sería insoportable de otra manera. Así que es bueno que quién emprende un camino que ya otros han transitado sienta que es el primero.
En fin, espero poder comprar la historia en la librería uno de estos días. Suerte...
Ya estoy de visita en tu blog, Rafa.
Los agrego a los míos.
Salud por el buen inicio de año y por la escritura que nace casi siempre entre el placer y el "combate".
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