jueves, 17 de diciembre de 2015

El campito de Juan Diego Incardona

Historia y mito en El campito de Juan Diego Incardona

Rafael Gutiérrez

Introducción
            La novela El campito de Juan Diego Incardona es una producción de la novelística argentina más reciente y se podría adscribir a la novela fantástica o de ciencia ficción, pues el mundo construido mantiene componentes de nuestro mundo de referencia, pero hay otros que resultan de la desmesura o de la intersección con tiempos hipotéticos. En una tradición cara al género, esa construcción textual es deliberada para focalizar aspectos del mundo de referencia que se pretende destacar con una finalidad crítica.
            En nuestra lectura nos proponemos relevar cuáles son los aspectos del mundo que el texto destaca críticamente y cuáles son las estrategias desplegadas para hacerlo, con la finalidad de establecer sus vínculos con una genealogía escritural en la literatura universal y en la argentina en particular, en la que se entraman la historia acontecida y su devenir en mito.

            La literatura que fundó la mitología
Jorge Luis Borges hizo un esfuerzo por dotar a Buenos Aires de una mitología para que sus producciones culturales pudieran ingresar a la llamada “cultura universal” o sea a la cultura entendida desde los parámetros europeos. Sus primeros libros testimonian ese esfuerzo, en especial Cuaderno San Martín (1929), donde está el título que explicita esa intención “Fundación mítica de Buenos Aires”, que en su primera versión se llamaba “Fundación mitológica de Buenos Aires”; los ensayos Evaristo Carriego (1930) -en el que un poeta menor le sirve de pretexto para construir una historia de  Buenos Aires y del tango- y Discusión (1932) en el que programáticamente aborda la poesía gauchesca junto a clásicos de la “literatura universal” y en el centro hace una declaración de principios sobre la relación del escritor argentino con la tradición de occidente.
            Coetáneo de Borges es Leopoldo Marechal, quien compartió la misma preocupación por la configuración de una tradición mítica e hizo su aporte desde su literatura aunque se lo recuerde en especial por su novela Adán Buenosayres (1948), verdadero corolario de su trabajo programático.
            En ambos escritores lo que se evidencia es el trabajo de integración entre una formación letrada que se remonta a los clásicos grecolatinos y continúa por el canon europeo, junto con un conocimiento de la historia legada por los libros, pero fundamentalmente aquella de carácter oral, que circula por las calles de los arrabales y los caminos que desembocaba en la pampa, que ambos vates fatigaron.
            El arrabal tanguero en disolución y los compadritos en vías de extinción, por el avance de la modernización de Buenos Aires, fueron extraídos del tiempo lineal e instalados en el tiempo mítico por obra de estos escritores.
            A lo largo del siglo XX se produjeron nuevos acontecimientos cuya credibilidad pueden desafiar a la imaginación ya que su desmesura los coloca en un incierto borde entre lo verosímil y lo fantástico. La escritura que dio cuenta de esa dimensión pasó a formar parte del universo imaginario o mítico que dota de sentido a Buenos Aires o, más bien, al mundo rioplatense.
            Uno de esos hechos fue el peronismo y sus protagonistas que alcanzaron rápidamente dimensión mítica. El grado de simbolización de Perón y, más todavía, de Evita se volvió un núcleo de generación de ficciones.

            Un nuevo fabulador
A principios del siglo XXI, un joven escritor retomó la tarea legada por los poetas buscadores de esencias nacionales, se trata de Juan Diego Incardona (Buenos Aires 1971) narrador que generó un mundo fantástico a partir de los mitos construidos en el siglo XX, en su libro de cuentos Villa Celina (2008) y en la novela El campito (2009).
Nos detendremos en la novela que se construye con una estrategia cara a los orígenes de la literatura moderna: hay un relato porque hay alguien que quiere contar para un auditorio que queda cautivo, seducido por la palabra. Como en los Cuentos de Canterbury (Geoffrey Chaucer 1475) o en el Decameron (Giovanni Boccaccio 1351), el hastío de los jóvenes genera el momento propicio para compartir relatos. En la novela de Incardona esa es la ocasión precisa en la que se hace presente el trotamundos, el hombre sin domicilio, acompañado por un animal de la mitología contemporánea “el hombre gato”[1].
            En una forma cara a la tradición literaria, la novela de Incardona está construida como un relato que enmarca una serie de anécdotas de un viajero que recorre lugares fantásticos.
Juan Diego, el narrador, relata la historia que le refiere Carlitos, ciruja andante y especie de trovador que va contando sus fantásticas aventuras en una Matanza que se parece al escenario de un alto fantástico como El Señor de los Anillos, pero en clave subdesarrollada, entre basurales, mutantes producto de la contaminación del Riachuelo y barrios secretos creados por orden de Eva Perón. (Soifer, 2009)

Tal como Odiseo, Telémaco, Lemuel Gulliver en Los viajes de Gulliver (1726) o el Marco Polo creado por Ítalo Calvino en Las ciudades invisibles (1972) hay una aventura de relatar y otra vivida, pero a diferencia de esos relatos de viajes fantásticos, el mundo fabuloso de Incardona está situado en un espacio cercano, en los barrios del conurbano bonaerense que se conectan a través de “el campito”, suerte de espacio de transición en el que habita el ciruja narrador y su compañero “el hombre gato”.
            Tal como en la edad media, cuando el público se entretenía con los relatos del viajero que daba cuenta del mundo que se extendía más allá de su horizonte, poblado de aventuras. En esas andanzas el narrador también se incluía como ayudante de los locales contra seres fabulosos en paisajes de encantamiento; en El campito el mundo fabuloso existe en un “más allá” cercano, en el conurbano bonaerense. Ese espacio fue incorporado a la mitología porteña desde que Borges partió a buscar el Sur ancestral, poblado de malevos y compadritos y fue abonado por Marechal, cuando Adán Buenosayres y sus amigos salieron a rastrear al neocriollo.
            Para que haya mito fue necesario que en algún momento aconteciera un hecho extraordinario que se refiriera en relatos orales hasta cristalizarse en un momento atemporal y en un espacio ignoto para que quedara fuera del registro de la historia.
Leticia y el Morocho, por su parte, también exageraban lo que ellos mismos habían escuchado la primera noche (…) y así la historia se fue adornando y ya no estaba seguro de qué era original y qué era agregado (…) a nadie se le ocurrió poner en tela de juicio ninguna de las versiones, que, más que contradecirse, parecían complementarse. (68)
            En la novela de Incardona una historia fácilmente reconocible es la del primer peronismo que pronto saltó del tiempo lineal al tiempo mítico. Así, los barrios creados por el gobierno y la Fundación Eva Perón, trazados con diseños destinados a perpetuar la imagen de sus creadores, fueron retomados por el escritor para montar espacios fabulosos.
…barrios construidos como Ciudad Evita (…) La mayoría está en La Matanza, aunque nadie sabe exactamente cuántos hay ni donde está cada uno… (65)
            Enunciado en el que fácilmente se reconoce en la primera parte la referencia al hecho histórico y en la segunda, después del nexo adversativo aunque, su disolución en las imprecisas referencias de una comunidad designada por el pronombre indefinido nadie.
            De hecho el barrio Ciudad Evita, creado en 1947 a pesar de los cambios de nombres impuestos por los gobiernos de turno, existe aún en la actualidad y se puede confirmar el diseño original destinado a perpetuar la memoria de la “madre espiritual de los argentinos”.
            De acuerdo con el modelo con el que fue realizada la urbanización-monumento, la novela refiere otra similar, el “Barrio Mercante”, hecho en homenaje al Coronel Mercante, conocido en la actualidad como Barrio Obrero. El verosímil sería realista, salvo que adquiere ribetes fantásticos por su entorno de jardines con flores recubiertas de cobre y que está poblado totalmente por enanos industriosos, valientes y fanáticos.
Estos son los campos galvanoplásticos. Parece que adentro son flores naturales, pero están revestidas de metal… (40)
Este entorno fantástico es remisión clara a las aspiraciones científicas de Roberto Arlt, a quien nunca se nombra, pero se reconoce por su autodefinición de inventor autodidacta y su filiación política:
Todo lo aprendí por mi cuenta, como autodidacta, leyendo libros, y con la práctica… (87)
…En otra época, anduve con un grupo de anarquistas, pero dejamos de vernos. Algunos se murieron, otros se fugaron. (89)

            De modo similar a como trabajó Jonhatan Swift en su novela Los viajes de Gulliver, el viajero de Juan Diego Incardona deambula de un barrio a otro, relacionándose con los locales que representan alguna de las creaciones del peronismo, convertidos en personajes de ficción. Entre ellos podemos mencionar a “las censistas”, verdaderas amazonas que viven en un barrio sin hombres; “El Purgatorio”, habitado por fantasmas entre los que podemos reconocer claramente a “Hugo del Carril”, denominado como “Carlitos”[2] o el “cantor de la marcha”. Luego, en los preliminares de la “batalla del Mercado Central”, el vagabundo y sus compañeros son tomados prisioneros por los boxeadores del Barrio “José María Gatica y Pascual Pérez” y en las columnas de combatientes se incorporan médicos del Barrio Ramón Carrillo. En medio de la batalla se sumarán las tropas del Teniente Coronel Oscar Lorenzo[3], representante de las fuerzas armadas fieles a Perón, y unos jóvenes milicianos, representantes de Montoneros que mueren heroicamente.
            El enfrentamiento que adquiere rasgos maravillosos por la confrontación entre oponentes anacrónicos -pues en el siglo XXI libran una batalla oponentes de los últimos cincuenta años- incorpora un componente fantástico con el “esperpento”, monstruo hecho por pedazos de cadáveres –a la manera de Frankeintein- y con las manos de Perón, invulnerable a las armas de la resistencia peronista. En la batalla es el cantor el único que logra dominarlo con su música.

            Las ficciones de la utopía peronista
            El peronismo fue definido por su creador, Juan Domingo Perón, como un movimiento político, sin embargo después de más de casi setenta años de vigencia –a pesar de las interrupciones institucionales- podemos afirmar que es un movimiento cultural que ha generado una multiplicidad de expresiones. Entre ellas podemos hablar de sus utopías, entre las que destacaré La Guerra de los Antartes, la novela gráfica inconclusa de Héctor Germán Oesterheld, y El Sueñero, la de Enrique Breccia
            La historia del errante confluye hacia un clímax dado por una batalla entre el pueblo peronista que se ha conservado en su tiempo mítico en los ignotos barrios del conurbano. De modo similar a El sueñero de Enrique Breccia (1998), la novela tiene un momento culminante en el enfrentamiento entre la resistencia peronista y las tropas de la oligarquía. Es ahí donde convergen todos los personajes que conoce Carlos Moreno en su deambular por los barrios que lo van adoptando y dónde él pasa de ser un observador a ser un protagonista que participa de la lucha, aunque guiado más por el amor a una mujer que por la convicción en una causa.
            Entre el auditorio cautivo que va creciendo progresivamente se encuentra el adolescente Juan Diego, que prefiera huir de sus tareas escolares para escuchar los relatos fabulosos del viajero, cuya palabra es lo único que exhibe como prueba de sus andanzas que son confirmadas en silencio por su compañero escapado de la zoología fantástica, el gato descomunal que todos reconocen como el “hombre gato”, especie resultante de una metamorfosis similar a la que afecta al “aperrao”[4] de la mitología popular de raíz folclórica.
            En el momento en el que el vagabundo refiere sus historias fantásticas no hay ningún hecho portentoso -como los que relata- el gato no manifiesta ningún comportamiento especial, lo único anómalo es su inusual tamaño, pero fuera de eso nada afecta al verosímil realista. De manera que es sólo el relato enmarcado el que adquiere ribetes fantásticos ya que nadie más que Carlos Moreno ha sido testigo de los barrios fabulosos, de sus habitantes ni de la batalla que llegó desde el conurbano hasta los límites de la ciudad de Buenos Aires.
            La aclamación popular del auditorio, la reafirmación de la batalla fabulosa por los recuerdos de ruidos y luces de explosiones en el horizonte y la incorporación de joven Juan Diego a los viajes de Carlos Moreno hacen de la novela una promesa de renovación de los mitos en los que busca afianzarse el peronismo como parte insalvable de la cultura argentina.

            Conclusión
            La novela de Juna Diego Incardona abona su relato en los mitos que fue tejiendo Buenos Aires a lo largo del siglo pasado y los reúne en una heroica batalla que no termina de resolverse. En una tradición cara a la literatura, la construcción de un mundo fantástico no es para generar evasión sino para volver la atención sobre el propio mundo.
Al centrar la batalla en un momento contemporáneo que recupera los protagonistas de distintos momentos desde la fundación del peronismo, la novela muestra un claro interés político.
Es la fábula fantástica la que convoca los mitos del peronismo y los sitúa en un espacio que rodea a Buenos Aires como un modo de resaltar que el peronismo se encuentra resguardado en ese entorno, resistiendo y listo para volver a cobrar protagonismo.



Bibliografía
Borges, Jorge Luis, (2011, Obras completas III, , Buenos Aires, Sudamericana
Caraballo, María Laura, “El campito de Juan Diego Incardona” en http://www.no-retornable.com.ar/v4/nuevo/caraballo_2.html
Corvalán, Kekena, “El Campito” en http://www.leedor.com/contenidos/literatura/el-campito Publicado en Leedor el 29-10-2011
Fernández, Nancy, “Literatura argentina y peronismo. Sobre El Campito, de Juan Diego Incardona”  http://vanguardiaytradicion.blogspot.com.ar/2009/12/el-campito-de-juan-diego-incardona-nota.html
Incardona, Juan Diego (2013), El campito, Buenos Aires, Interzona
Soifer, Alejandro, “Las patas en la fuente. El Campito Juan Diego Incardona” en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5579-2009-09-21.html




[1] “El hombre gato” fue un delincuente que atacaba en la zona de La Plata y el Gran Buenos Aires entre 1984 y 1985, ni la policía ni los vecinos organizados pudieron atraparlo y pronto fue llevado a la música popular por Ricky Maravilla en 1986.
[2] El nombre puede deberse a que el cantante y actor protagonizó la versión cinematográfica más famosa de la biografía de Carlos Gardel.
[3] Teniente Coronel del Ejército Argentino. Peronista. Fusilado en La Plata, provincia de Buenos Aires, luego del frustrado intento del 9 de junio de 1956 (comandado por el General Juan José Valle), por recuperar la soberanía popular arrebatada por el sangriento golpe militar de Rojas y Aramburu, protagonizado un año antes.
[4] En la tradición folclórica hay diversas razones por las que un hombre puede convertirse en lobo, pero en el caso argentino, por falta de lobos en la fauna local, el mito tiene su variante en la metamorfosis del hombre en un perro de grandes dimensiones, de allí que sea referido como el “aperrao”. Su versión más popular es la de “Mendieta”, el perro parlante que acompaña a Don Inodoro Pereyra.

Civilización y barbarie

Un largo camino de la oposición entre civilización y barbarie
Rafael Gutiérrez
La literatura argentina está marcada por la oposición civilización / barbarie, aunque enunciada por Sarmiento en el título de su ya clásico e insoslayable libro Facundo, era la síntesis de una forma de entender América desde que iluminismo se proyectó sobre las colonias europeas.
Dado que el iluminismo es un pensamiento deudor del neoclasicismo, para su formulación se retomaron esquemas elaborados durante el desarrollo de la cultura grecorromana en Europa. El Imperio romano incorporó la cultura griega y con ella la idea de que los que no compartían su cultura eran bárbaros. El término remite específicamente al campo de la lengua, pues “bárbaro” quiere decir balbuceante, pues los griegos reconocían a los ajenos a su cultura como defectuosos, incapaces de expresarse en una verdadera lengua. Sucede que la expresión verbal en la interacción interpersonal funciona como signo de pertenencia a determinada comunidad y su diferencia puede ser factor de discriminación y hasta de estigmatización.
La carga negativa que adquirió el término “bárbaro” aconteció con la crisis del Imperio Romano que expandió su cultura sobre las naciones conquistadas, por la que todos se reconocían como miembros de un orden que se encontraba amenazado por los que estaban más allá de sus fronteras. Sucede que quienes se encontraban más allá de los límites del Imperio, conocían de su cultura y aspiraban a participar de algunas de sus prácticas y costumbres. De modo que las naciones de allende las fronteras tuvieron un fluido intercambio que progresivamente se fue incrementando  hasta que los exteriores se fueron instalando en la sociedad imperial, en principio en tareas que los “romanos” (en el sentido más amplio del término) preferían no realizar, incluido el servicio militar.
El Imperio Romano, en su última etapa, había convertido al cristianismo en su religión oficial, de modo que la incorporó como marca distintiva de su cultura en oposición a las prácticas religiosas de las naciones externas al Imperio.
Cuando el orden imperial colapsó, las naciones denominadas bárbaras penetraron las ciudades romanas en busca de los bienes de los que tenían noticias por quienes habían entrado y salido de sus fronteras.
Estamos acostumbrados a la versión esquemática en la que los bárbaros sólo buscan saquear y arrasar las ciudades romanas, sin embargo, y sin negar las confrontaciones violentas, los invasores buscaban participar de los bienes de esa cultura en crisis. Hay naciones enteras que terminaron por asentarse en los fragmentos del Imperio y entre sus prácticas culturales, las aspiraciones que tenían y los restos de la cultura romana en crisis, se formaron otras, con nuevos rasgos, cada una con su particularidad según su lugar y circunstancias de desarrollo. Fue el principio de las diversas naciones europeas en la Edad Media.
Esa paradoja, producida por la penetración de los bárbaros que apreciaban el mundo al que buscan más conquistar que destruir, está textualizado de cierto modo en “Historia del guerrero y la cautiva” El Aleph (1949) de Jorge Luis Borges.
Cuando los románticos argentinos retomaron la oposición civilización / barbarie ponderaron la cultura europea a la que aspiraban como ideal de desarrollo, en oposición a la cultura latinoamericana, marcada por rasgos rurales y feudales, representada por los caudillos que ostentaban un poder personalista a diferencia del orden republicano al que la Generación de Mayo anhelaba como ideal político.
Tal como lo interpreta Elsa Drucaroff a partir del relevamiento de un corpus literario producido por la generación post-dictadura, encuentra que el esquema de pares opuestos “civilización / barbarie” para interpretar la Argentina, ha caducado porque hacia el siglo XXI las nuevas generaciones reconocen la imposibilidad de mantener un esquema de pares excluyentes.
Sucede que las ciudades como representantes de una incipiente cultura europea –o sea la civilización- estuvieron siempre penetradas de la otra cultura, aquella forjada en el ámbito rural y uno de cuyos signos distintivos es el lenguaje.
Al principio de la literatura argentina están ambos lenguajes, surgidos en el mismo espacio, pues en el mismo momento en el que  la expresión se realiza por autores letrados según los cánones neoclásicos, es que van a remedar la expresión rural: “Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excelentísimo Señor Don Pedro de Cevallos” (1777).
 En Facundo (1845), Sarmiento se esfuerza en mostrar lo excluyente y opositivo de la cultura rural y la cultura urbana, la primera con aspiraciones de europeísmo y la segunda como expresión de un americanismo bastardo y despreciable. Sin embargo, la vitalidad del segundo sobre el primero gana la escritura y termina por mostrar cómo ha constituido América una forma de entender la forma de gobierno republicano (Myers, 1995).
Lucio V. Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles (1870) realiza un trabajo de campo por el que busca una asimilación entre la cultura occidental y cristiana, a la que él representa, con la cultura ranquel a la que incursiona. Con un arduo trabajo antropológico apela a su conocimiento del mundo europeo para equiparar las prácticas culturales de los ranqueles con las europeas con la intención de que la asimilación entre las dos culturas en pugna en el mismo territorio lleguen a un acuerdo.
José Hernández en El gaucho Martín Fierro (1872) parte de la misma paradoja con la que se funda la literatura argentina, porque es un escritor letrado que remeda las expresiones rurales para plantear un problema sobre el que se asienta la definición de quienes serán considerados ciudadanos en un país que aspira a ser considerado dentro del orden dirigido por los países europeos centrales. En las lecturas que se realizaron durante las siguientes dos décadas estigmatizaron el libro por su adscripción lingüística a la palabra del “otro”, el bárbaro, el gaucho.
La asimilación definitiva del gaucho a la construcción de una identidad argentina se textualiza en Don Segundo Sombra (1926), y a esa aceptación de la cultura contribuye el empleo de un lenguaje que no se percibe como un “balbuceo” o deformación de la “lengua correcta” sino como un exquisito artificio verbal. Por esa exitosa novela es que los argentinos sienten que su identidad es la de gauchos, aunque nunca hayan montado un caballo o trenzado un lazo.
Es en esas primeras décadas del siglo XX en la que los nuevos balbuceantes de la lengua hacen su aparición como una amenaza ante la cultura que trata de tomar una forma distinta de Europa, pero también diferenciada del mundo rural feudalizado al que se confrontó durante el siglo XIX.
Los inmigrantes europeos trajeron lenguas y acentos diferentes que fueron percibidos por los locales como bárbaros, pues eran portadores de otras costumbres. La política educativa propiciada por las leyes de escolarización y servicio militar obligatorio pronto asimilaron a la nueva generación, los hijos de los recién llegados,  que pronto se sintieron parte integrante del nuevo país con aspiraciones de europeizarse.
Hacia la cuarta década del siglo XX, Buenos Aires había asumido una identidad de ciudad europeizante habitada por criollos –europeos nacidos fuera del continente- herederos de una tradición gaucha, pero percibieron una nueva invasión de otros bárbaros, esta vez provenientes de una América mestiza e indígena de la que pretendían diferenciarse.
Hasta fines del siglo XX, aún en el discurso de los políticos hay reclamos por una pureza criolla que se ve amenazada por una cultura más latinoamericana. Es la amenaza que sienten ante los migrantes internos que de las provincias fluyen hacia la Capital en busca de La ciudad de los sueños (1983). A pesar de todas las crisis que sobrevinieron Buenos Aires sigue siendo un destino buscado como posibilidad de una vida mejor tanto para los habitantes del interior como para quienes vienen de los países limítrofes y se instalan en una creciente periferia de la ciudad en la que se mezclan cultura, acentos, tonadas, dialectos y lengua diferentes.
De modo similar a aquellos pueblos ubicados en las fronteras del Imperio Romano que aspiraban a su bienestar, los nuevos migrantes invaden la gran ciudad más con ánimos de participar de sus beneficios que de saquearla o destruirla.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Al escritor perseguido

A los escritores perseguidos en su día
Lic. Rafael Gutiérrez
Cátedra de Literatura Argentina
U.N.Sa. 13 de junio de 2014.-

                El Día del Escritor fue instituido en la fecha del natalicio del poeta, narrador y ensayista Leopoldo Lugones, el homenaje se debe a que fue el primer Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, un primer intento de institucionalizar la tarea de los escritores que estaba en pleno proceso de profesionalización.
Considero que la celebración del Día del Escritor debe ser un momento oportuno para la conmemoración de todos aquellos que ejercieron el arte y el oficio en nuestro país a lo largo de su convulsionada historia. Por ello me propuso más que hablar sobre Leopoldo Lugones, a quien se homenajea particularmente este día, a reflexionar sobre la imagen de los escritores perseguidos.
La historia de la literatura argentina, en cualquiera de las fundaciones que decida asumir el investigador, comienza con alguna prohibición. Pareciera que el oficio de las letras es siempre conflictivo para los poderosos de turno.
                La expansión ultramarina del naciente Imperio Español fue coincidente con el cisma de la Iglesia, situación a la que la corona española respondió con una adhesión a la Contrarreforma para fortalecerla, Esa decisión implicó la persecución a los disidentes o sea a los llamados herejes cismáticos y, por supuesto, a los musulmanes y a los judíos. Por otra parte se impuso una severa censura sobre lo que los súbditos podían o no leer y para las provincias de ultramar se prohibió la circulación de novelas.
                Como siempre, a pesar de la severidad de las leyes y de los controles, las novelas llegaron a América  –junto a otros libros perversos- y echaron sus frutos a lo largo del dilatado territorio, lo que podemos leer en las protonovelas hispanoamericanas, las fabulosas crónicas de aquellos improvisados escritores. Otro fruto tardío se dio en el siglo XIX con una sucesión de revoluciones que emanciparon las colonias de ultramar del dominio hispánico.
                Por otra parte, si tomamos las letras del romanticismo como fundación, es inevitable hacer un listado de los escritores que aportaron a la cultura nacional pero desde el exilio. Al Supremo Juan Manuel de Rosas no le cayeron en gracia las opiniones políticas de muchachos como Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi o ese cuyano alborotador, Domingo Faustino Sarmiento o de ese fraile mal hablado Fray Francisco de Paula Castañeda. Por lo menos algunos de esos nombres ahora son infaltables cuando hablamos de literatura argentina, pero por aquellos años previos a la sanción de nuestra primera Constitución Nacional, sus escritos estaban prohibidos en suelo de la Santa Confederación. Como dije antes, prohibidos no quiere decir no leídos, se las ingeniaban para hacer circular su opinión aún en contra de la terrible represión de la “mashorca”.
                Entre los exiliados políticos una jovencita que huyó con su familia hacia Bolivia, inauguró la novela argentina con La quena, relato inaugural del género, escrito por Juana Manuela Gorriti que, después del exilio argentino tuvo otro en Bolivia que la llevó al Perú, sin sus hijas. Recién anciana pudo volver a recorrer su provincia y ver las ruinas de la que fuera su casa y, peor aún, ver a los otrora enemigos acérrimos haciendo negocios sobre la ruina de los que partieron al exilio.
                Sin embargo esa es una historia muy conocida que ha dejado a los escritores románticos con un aura de heroísmo, con efectos pragmáticos, ya que a Sarmiento le ayudó a llegar a la Presidencia de la Nación. Pero a diferencia de la imagen que nos legó el Facundo, Rosas no era Atila y tuvo su séquito de intelectuales que incluyó a redactores y escritores quienes tuvieron que continuar su vida después de la caída del Gaucho de los Cerrillos. Juan Manuel de Rosas partió el exilio para convertirse en un nostálgico Farmer en Inglaterra –según la versión que nos legó Andrés Rivera- y sus adherentes del tintero y la imprenta cayeron en el descrédito y si bien no se impuso sobre ellos una prohibición sí hubo un oscuro silencio. Algunos abjuraron públicamente de su viejo patrón y se adecuaron a los nuevos tiempos para sobrevivir humildemente.
                Recién decía que hubo un escritor perseguido que llegó a detentar la máxima autoridad del país, Domingo Faustino Sarmiento, que una vez allí mostró que el poder embriaga y ensoberbece a tal punto que terminó por asumir las actitudes que condenó cuando él sólo era un escritor. Uno de sus rivales políticos era el Diputado José Hernández que, desde la oposición o sea el Partido Federal, cuestionaba la política oficial que diezmaba a los gauchos. El Presidente de la República se molestó a tal punto que puso precio a la cabeza del disidente –unos diez mil pesos fuertes-  y eso lo llevó a cruzar el río de los exiliados. Desde el Uruguay es que Martín Fierro cobró forma y le respondió a su rival con una seguidilla de versos quizá más infaltables en la literatura argentina que El Facundo.
                Así como no se puede soslayar en el siglo XIX el gobierno de Juan Manuel de Rosas, tampoco se puede entender el siglo XX argentino sin la figura de Juan Domingo Perón. El ascenso del carismático Coronel dentro del gobierno de facto en la década del cuarenta lo llevó pronto al gobierno constitucional antes de terminar la década. El Presidente asumió una política personalista y con escasa tolerancia a la disidencia por lo que muchos autores, intelectuales y artistas fueron censurados y se sumieron en el silencio o partieron al exilio.
                De esos dos primeros gobiernos de la primera mitad del siglo XX nos ha quedado clara la imagen de ese escritor aristocrático y controvertido por sus opiniones políticas que detestaba a Perón porque “… había encarcelado a Madre y a mi hermana”. El poeta fue ascendido por el gobierno al cargo de “Inspector de aves de corral en el Mercado Municipal”, puesto que prefirió declinar, lo que lo convertía en un desempleado. Recordemos que la aristocracia de Borges se remontaba a ancestros que le legaron un pasado glorioso pero nada de bienes materiales, era un joven intelectual que si no trabajaba no tenía de qué vivir. Pero sus vinculaciones con Victoria Ocampo, la gran mecenas de la cultura argentina, lo impulsaron a dedicarse de lleno a la literatura.
                En el año 1955 cayó el segundo gobierno de Juan Domingo Perón y Borges junto a sus amigos celebraron el triunfo de la “Revolución Libertadora”, que lo premió con el cargo de Director de la Biblioteca Nacional, hecho que textualizó en el terrible “Poema de los Dones”. Pero de modo análogo a Rosas, “el tirano depuesto” también tuvo sus escritores que –caído el jefe- fueron sumidos en el silencio. El caso más emblemático es el de Leopoldo Marechal, cuyas novelas y obras teatrales son infaltables cuando hablamos de las letras argentinas. Creo que la Argentina sería un poco más incomprensible sin Adán Buenosayres.
                Los aliados en la “Revolución Libertadora” pronto mostraron sus desavenencias y sus extremos, entre los conciliadores y los revanchistas, avivando nuevos enfrentamientos, entre los que surgieron nuevos escritores dispuestos a poner su palabra para denunciar hechos que no debían pasar desapercibidos para los habitantes de la Argentina.
                Rodolfo Walsh es una figura emblemática de esa generación de escritores con fe en la palabra como medio para transformar la realidad, con un ejercicio tan serio y responsable del oficio de periodista que llevó a la investigación periodística a la creación de una nueva categoría en las letras: el género testimonial. La investigación bajo nombres falsos hasta llegar a testigos supuestamente muertos y la publicación desde imprentas clandestinas son la clara imagen del arriesgado empeño por dar testimonio a un país al que se trata de sumir en la ignorancia.
                La historia de este periodista escritor es por todos conocida y su desaparición durante el gobierno del “Proceso de Reorganización Nacional”  se ha vuelto un emblema del compromiso con la verdad al precio de la vida.
                Julio Cortázar que se había ido del país por no poder convivir con el ruido que metían los cabecitas negras, desde Europa tuvo otra visión de Latinoamérica y su escritura dio cuenta del cambio y su  residencia europea se volvió un exilio cuando no pudo retornar a su país porque los gobiernos militares condenaron sus libros. Con la vuelta a la democracia, el autor de Rayuela regresó a la Argentina, pero el temeroso gobierno radical prefirió ignorar la presencia del consagrado escritor que volvió a París para morir en el exilio.
                Para quienes apreciamos la historieta al punto de apropiarnos de la denominación de Oscar Masotta y llamarla “literatura dibujada”, no podemos dejar de referirnos a Héctor Germán Oesterheld, el prolífico guionista que nos legara una imagen del argentino que por salvar a su familia y sus amigos no se rinde ni aún ante la invasión de los extraterrestres. Consecuente con su héroe de ficción,  Juan Salvo, el guionista militó con el peronismo revolucionario y fue detenido ilegalmente junto a sus hijas. Prolongó sus días haciendo guiones para sus captores hasta que desapareció definitivamente.
                Quizá la década del setenta, signada por el decadente gobernó de Isabel Martínez de Perón y el “Proceso de Reorganización Nacional”, sea la época que dejó una huella más honda en la historia reciente por la violencia desatada sobre quienes pensaban y opinaban distinto.
                Por esa época es que el novelista y cineasta Manuel Puig fue amenazado por la temible Triple A y se fue al exilio desde donde siguió con una prolífica actividad creativa hasta su muerte en Cuernavaca en 1990.
                La dramaturga y novelista Griselda Gambaro fue prohibida por Jorge Rafael Videla y por ello partió al exilio a España hasta 1983, cuando regresó y se instaló en Buenos Aires desde donde continúa con una prolífica producción.
                El escritor riojano Daniel Moyano también partió al exilio hacia España, después de que una patrulla militar lo detuviera una mañana del 25 de marzo de 1976 en la puerta de su casa, en la calle Corrientes 675 de La Rioja. Sólo regresó por unos días en 1984 para hacer un documental de la televisión española.  Murió lejos de su barrio y sus amigos, en 1992.
El jujeño Héctor Tizón por su declarada militancia radical, a pesar de encontrarse tan lejos de los centros de poder, tuvo que partir al exilio en España entre 1976 y 1982, con el fin del Proceso regresó a Yala, donde permaneció hasta su muerte en el año 2012.
Nuestro primer Rector, el poeta Holver Martínez Borelli, Presidente fundador de la S.A.D.E. filial Salta, quien convocara a los artistas del medio para dotar de un vínculo visible con la cultura provincial a la naciente universidad y así es que nuestro escudo es obra de Osvaldo Juane y Manuel J. Castilla. Fue detenido y torturado en Salta por la Policía Federal, luego huyó de la Provincia hasta que en 1976 partió al exilio hacia Francia y en 1978, después de dar una conferencia en Bruselas, murió de un infarto sin poder volver a su patria.
Teresa Leonardi, profesora de filosofía de nuestra universidad, de declarada militancia por los derechos humanos fue separada de su cargo por el gobierno de facto y permaneció en un exilio interior. El retorno a la democracia le permitió recuperar su lugar en la universidad hasta su retiro, desde donde sigue ejerciendo el oficio de la poesía, militante, comprometida y rica de un profundo lirismo.
                Por la década del setenta floreció la novelística policial de José Pablo Feinmann que debió llamarse al silencio en sus proyectos de publicar ensayos sobre pensamiento argentino y latinoamericano. El género policial le permitió continuar opinando sobre la violencia de Estado solapadamente, bajo el artilugio de la narración policial. Dar cuenta de la época en que participó de un intento de transformación de la universidad y de la persecución política tuvo que esperar hasta la década del noventa con su esquizofrénica y autobiográfica novela La astucia de la razón (1990).
                Ahora estamos en el siglo XXI y creemos que la democracia está vigente con la posibilidad de expresarnos libremente y disentir con la opinión de los poderosos de siempre o de turno, sin embargo, cada tanto se hace notar que  hay ciertas voces que son molestas y es mejor acallarlas. Así Jesús Ramón Vera, el único discípulo de Manuel J. Castilla fue sumido en la postergación, discriminado por alcohólico, hasta que se recluyó en su Rosario natal haciendo del arte su modo de vida.
                El escritor contemporáneo Víctor Fernández Esteban ha escrito tres novelas en las que ficcionaliza Salta y la denuncia en toda su hipocresía con nombres y acciones fácilmente reconocibles en la bruma de un mundo surreal. Si bien el escritor vive de destacados cargos públicos, su lectura es restringida, a tal punto que recientemente sus novelas fueron retiradas de un colegio céntrico con la excusa de que las imágenes eróticas subidas de tonos dañaban la sensibilidad de los jóvenes lectores. En realidad temían que los niños se enteraran de cómo funciona Salta.
                Hoy es un día en el que se hacen recitales y se brinda en nombre de los escritores y se recuerda la creación de la Sociedad Argentina de Escritores y a su primer Presidente, el canonizado Leopoldo Lugones que comenzó su vida adhiriendo al socialismo y terminó sus días ponderando el golpe de Estado liderado por nuestro comprovinciano José Félix Uriburu. Sin embargo hay un gesto que dentro de todas sus contradicciones lo enaltece: cuando el golpe triunfó, le ofrecieron la Dirección de la Biblioteca, pero declinó el honor porque no le parecía oportuno aprovecharse de una simpatía política para asumir un cargo tan importante.
                 No quiero agriarles la celebración a los escritores pero me parece que entre cada recital y cada brindis es importante recordar a todos los que padecieron por su destino de letras papeles.