A los escritores perseguidos
en su día
Lic.
Rafael Gutiérrez
Cátedra
de Literatura Argentina
U.N.Sa.
13 de junio de 2014.-
El
Día del Escritor fue instituido en la
fecha del natalicio del poeta, narrador y ensayista Leopoldo Lugones, el
homenaje se debe a que fue el primer Presidente de la Sociedad Argentina de
Escritores, un primer intento de institucionalizar la tarea de los escritores
que estaba en pleno proceso de profesionalización.
Considero que
la celebración del Día del Escritor
debe ser un momento oportuno para la conmemoración de todos aquellos que
ejercieron el arte y el oficio en nuestro país a lo largo de su convulsionada
historia. Por ello me propuso más que hablar sobre Leopoldo Lugones, a quien se
homenajea particularmente este día, a reflexionar sobre la imagen de los
escritores perseguidos.
La historia de
la literatura argentina, en cualquiera de las fundaciones que decida asumir el
investigador, comienza con alguna prohibición. Pareciera que el oficio de las
letras es siempre conflictivo para los poderosos de turno.
La
expansión ultramarina del naciente Imperio Español fue coincidente con el cisma
de la Iglesia, situación a la que la corona española respondió con una adhesión
a la Contrarreforma para fortalecerla, Esa decisión implicó la persecución a
los disidentes o sea a los llamados herejes cismáticos y, por supuesto, a los
musulmanes y a los judíos. Por otra parte se impuso una severa censura sobre lo
que los súbditos podían o no leer y para las provincias de ultramar se prohibió
la circulación de novelas.
Como
siempre, a pesar de la severidad de las leyes y de los controles, las novelas
llegaron a América –junto a otros libros
perversos- y echaron sus frutos a lo largo del dilatado territorio, lo que
podemos leer en las protonovelas hispanoamericanas, las fabulosas crónicas de
aquellos improvisados escritores. Otro fruto tardío se dio en el siglo XIX con
una sucesión de revoluciones que emanciparon las colonias de ultramar del
dominio hispánico.
Por
otra parte, si tomamos las letras del romanticismo como fundación, es inevitable
hacer un listado de los escritores que aportaron a la cultura nacional pero
desde el exilio. Al Supremo Juan Manuel de Rosas no le cayeron en gracia las
opiniones políticas de muchachos como Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi
o ese cuyano alborotador, Domingo Faustino Sarmiento o de ese fraile mal
hablado Fray Francisco de Paula Castañeda. Por lo menos algunos de esos nombres
ahora son infaltables cuando hablamos de literatura argentina, pero por
aquellos años previos a la sanción de nuestra primera Constitución Nacional,
sus escritos estaban prohibidos en suelo de la Santa Confederación. Como dije
antes, prohibidos no quiere decir no leídos, se las ingeniaban para hacer
circular su opinión aún en contra de la terrible represión de la “mashorca”.
Entre
los exiliados políticos una jovencita que huyó con su familia hacia Bolivia,
inauguró la novela argentina con La quena,
relato inaugural del género, escrito por Juana Manuela Gorriti que, después del
exilio argentino tuvo otro en Bolivia que la llevó al Perú, sin sus hijas.
Recién anciana pudo volver a recorrer su provincia y ver las ruinas de la que
fuera su casa y, peor aún, ver a los otrora enemigos acérrimos haciendo
negocios sobre la ruina de los que partieron al exilio.
Sin
embargo esa es una historia muy conocida que ha dejado a los escritores
románticos con un aura de heroísmo, con efectos pragmáticos, ya que a Sarmiento
le ayudó a llegar a la Presidencia de la Nación. Pero a diferencia de la imagen
que nos legó el Facundo, Rosas no era
Atila y tuvo su séquito de intelectuales que incluyó a redactores y escritores
quienes tuvieron que continuar su vida después de la caída del Gaucho de los
Cerrillos. Juan Manuel de Rosas partió el exilio para convertirse en un
nostálgico Farmer en Inglaterra
–según la versión que nos legó Andrés Rivera- y sus adherentes del tintero y la
imprenta cayeron en el descrédito y si bien no se impuso sobre ellos una
prohibición sí hubo un oscuro silencio. Algunos abjuraron públicamente de su
viejo patrón y se adecuaron a los nuevos tiempos para sobrevivir humildemente.
Recién
decía que hubo un escritor perseguido que llegó a detentar la máxima autoridad
del país, Domingo Faustino Sarmiento, que una vez allí mostró que el poder
embriaga y ensoberbece a tal punto que terminó por asumir las actitudes que
condenó cuando él sólo era un escritor. Uno de sus rivales políticos era el
Diputado José Hernández que, desde la oposición o sea el Partido Federal,
cuestionaba la política oficial que diezmaba a los gauchos. El Presidente de la
República se molestó a tal punto que puso precio a la cabeza del disidente
–unos diez mil pesos fuertes- y eso lo
llevó a cruzar el río de los exiliados. Desde el Uruguay es que Martín Fierro cobró forma y le respondió
a su rival con una seguidilla de versos quizá más infaltables en la literatura
argentina que El Facundo.
Así
como no se puede soslayar en el siglo XIX el gobierno de Juan Manuel de Rosas,
tampoco se puede entender el siglo XX argentino sin la figura de Juan Domingo
Perón. El ascenso del carismático Coronel dentro del gobierno de facto en la
década del cuarenta lo llevó pronto al gobierno constitucional antes de
terminar la década. El Presidente asumió una política personalista y con escasa
tolerancia a la disidencia por lo que muchos autores, intelectuales y artistas
fueron censurados y se sumieron en el silencio o partieron al exilio.
De
esos dos primeros gobiernos de la primera mitad del siglo XX nos ha quedado
clara la imagen de ese escritor aristocrático y controvertido por sus opiniones
políticas que detestaba a Perón porque “… había encarcelado a Madre y a mi
hermana”. El poeta fue ascendido por el gobierno al cargo de “Inspector de aves
de corral en el Mercado Municipal”, puesto que prefirió declinar, lo que lo
convertía en un desempleado. Recordemos que la aristocracia de Borges se
remontaba a ancestros que le legaron un pasado glorioso pero nada de bienes
materiales, era un joven intelectual que si no trabajaba no tenía de qué vivir.
Pero sus vinculaciones con Victoria Ocampo, la gran mecenas de la cultura
argentina, lo impulsaron a dedicarse de lleno a la literatura.
En
el año 1955 cayó el segundo gobierno de Juan Domingo Perón y Borges junto a sus
amigos celebraron el triunfo de la “Revolución Libertadora”, que lo premió con
el cargo de Director de la Biblioteca Nacional, hecho que textualizó en el
terrible “Poema de los Dones”. Pero de modo análogo a Rosas, “el tirano
depuesto” también tuvo sus escritores que –caído el jefe- fueron sumidos en el
silencio. El caso más emblemático es el de Leopoldo Marechal, cuyas novelas y
obras teatrales son infaltables cuando hablamos de las letras argentinas. Creo
que la Argentina sería un poco más incomprensible sin Adán Buenosayres.
Los
aliados en la “Revolución Libertadora” pronto mostraron sus desavenencias y sus
extremos, entre los conciliadores y los revanchistas, avivando nuevos
enfrentamientos, entre los que surgieron nuevos escritores dispuestos a poner
su palabra para denunciar hechos que no debían pasar desapercibidos para los
habitantes de la Argentina.
Rodolfo
Walsh es una figura emblemática de esa generación de escritores con fe en la
palabra como medio para transformar la realidad, con un ejercicio tan serio y
responsable del oficio de periodista que llevó a la investigación periodística
a la creación de una nueva categoría en las letras: el género testimonial. La
investigación bajo nombres falsos hasta llegar a testigos supuestamente muertos
y la publicación desde imprentas clandestinas son la clara imagen del
arriesgado empeño por dar testimonio a un país al que se trata de sumir en la
ignorancia.
La
historia de este periodista escritor es por todos conocida y su desaparición
durante el gobierno del “Proceso de Reorganización Nacional” se ha vuelto un emblema del compromiso con la
verdad al precio de la vida.
Julio
Cortázar que se había ido del país por no poder convivir con el ruido que
metían los cabecitas negras, desde Europa tuvo otra visión de Latinoamérica y
su escritura dio cuenta del cambio y su residencia europea se volvió un exilio cuando
no pudo retornar a su país porque los gobiernos militares condenaron sus
libros. Con la vuelta a la democracia, el autor de Rayuela regresó a la Argentina, pero el temeroso gobierno radical
prefirió ignorar la presencia del consagrado escritor que volvió a París para
morir en el exilio.
Para
quienes apreciamos la historieta al punto de apropiarnos de la denominación de
Oscar Masotta y llamarla “literatura dibujada”, no podemos dejar de referirnos
a Héctor Germán Oesterheld, el prolífico guionista que nos legara una imagen
del argentino que por salvar a su familia y sus amigos no se rinde ni aún ante
la invasión de los extraterrestres. Consecuente con su héroe de ficción, Juan Salvo, el guionista militó con el
peronismo revolucionario y fue detenido ilegalmente junto a sus hijas. Prolongó
sus días haciendo guiones para sus captores hasta que desapareció
definitivamente.
Quizá
la década del setenta, signada por el decadente gobernó de Isabel Martínez de
Perón y el “Proceso de Reorganización Nacional”, sea la época que dejó una huella
más honda en la historia reciente por la violencia desatada sobre quienes
pensaban y opinaban distinto.
Por
esa época es que el novelista y cineasta Manuel Puig fue amenazado por la
temible Triple A y se fue al exilio desde donde siguió con una prolífica
actividad creativa hasta su muerte en Cuernavaca en 1990.
La
dramaturga y novelista Griselda Gambaro fue prohibida por Jorge Rafael Videla y
por ello partió al exilio a España hasta 1983, cuando regresó y se instaló en
Buenos Aires desde donde continúa con una prolífica producción.
El
escritor riojano Daniel Moyano también partió al exilio hacia España, después
de que una patrulla militar lo detuviera una mañana del 25 de marzo de 1976 en
la puerta de su casa, en la calle Corrientes 675 de La Rioja. Sólo regresó por
unos días en 1984 para hacer un documental de la televisión española. Murió lejos de su barrio y sus amigos, en
1992.
El jujeño
Héctor Tizón por su declarada militancia radical, a pesar de encontrarse tan
lejos de los centros de poder, tuvo que partir al exilio en España entre 1976 y
1982, con el fin del Proceso regresó a Yala, donde permaneció hasta su muerte
en el año 2012.
Nuestro primer
Rector, el poeta Holver Martínez Borelli, Presidente fundador de la S.A.D.E.
filial Salta, quien convocara a los artistas del medio para dotar de un vínculo
visible con la cultura provincial a la naciente universidad y así es que nuestro
escudo es obra de Osvaldo Juane y Manuel J. Castilla. Fue detenido y torturado
en Salta por la Policía Federal, luego huyó de la Provincia hasta que en 1976
partió al exilio hacia Francia y en 1978, después de dar una conferencia en
Bruselas, murió de un infarto sin poder volver a su patria.
Teresa
Leonardi, profesora de filosofía de nuestra universidad, de declarada
militancia por los derechos humanos fue separada de su cargo por el gobierno de
facto y permaneció en un exilio interior. El retorno a la democracia le
permitió recuperar su lugar en la universidad hasta su retiro, desde donde
sigue ejerciendo el oficio de la poesía, militante, comprometida y rica de un
profundo lirismo.
Por
la década del setenta floreció la novelística policial de José Pablo Feinmann
que debió llamarse al silencio en sus proyectos de publicar ensayos sobre
pensamiento argentino y latinoamericano. El género policial le permitió
continuar opinando sobre la violencia de Estado solapadamente, bajo el
artilugio de la narración policial. Dar cuenta de la época en que participó de
un intento de transformación de la universidad y de la persecución política
tuvo que esperar hasta la década del noventa con su esquizofrénica y
autobiográfica novela La astucia de la
razón (1990).
Ahora
estamos en el siglo XXI y creemos que la democracia está vigente con la
posibilidad de expresarnos libremente y disentir con la opinión de los
poderosos de siempre o de turno, sin embargo, cada tanto se hace notar que hay ciertas voces que son molestas y es mejor
acallarlas. Así Jesús Ramón Vera, el único discípulo de Manuel J. Castilla fue
sumido en la postergación, discriminado por alcohólico, hasta que se recluyó en
su Rosario natal haciendo del arte su modo de vida.
El
escritor contemporáneo Víctor Fernández Esteban ha escrito tres novelas en las
que ficcionaliza Salta y la denuncia en toda su hipocresía con nombres y
acciones fácilmente reconocibles en la bruma de un mundo surreal. Si bien el
escritor vive de destacados cargos públicos, su lectura es restringida, a tal
punto que recientemente sus novelas fueron retiradas de un colegio céntrico con
la excusa de que las imágenes eróticas subidas de tonos dañaban la sensibilidad
de los jóvenes lectores. En realidad temían que los niños se enteraran de cómo
funciona Salta.
Hoy
es un día en el que se hacen recitales y se brinda en nombre de los escritores
y se recuerda la creación de la Sociedad Argentina de Escritores y a su primer
Presidente, el canonizado Leopoldo Lugones que comenzó su vida adhiriendo al
socialismo y terminó sus días ponderando el golpe de Estado liderado por
nuestro comprovinciano José Félix Uriburu. Sin embargo hay un gesto que dentro
de todas sus contradicciones lo enaltece: cuando el golpe triunfó, le
ofrecieron la Dirección de la Biblioteca, pero declinó el honor porque no le
parecía oportuno aprovecharse de una simpatía política para asumir un cargo tan
importante.
No quiero agriarles la celebración a los
escritores pero me parece que entre cada recital y cada brindis es importante
recordar a todos los que padecieron por su destino de letras papeles.
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