Crónica
del diluvio, un
relato del tiempo perdido
En una tradición muy
cara a la literatura hispanoamericana, poblada de crónicas con la intención de
ser historias verdaderas que vienen a rectificar la historia oficial, Crónica del Diluvio de Antonio Nella
Castro se instala en la serie literaria recorriendo los últimos cuatro mil años
de historia humana entramándolos como un fatal suceder cíclico al que Dios -o
un extraño mecanismo universal- ha condenado al hombre.
¿Cómo emitir un juicio
propio sobre la historia de la humanidad sin caer en el discurso histórico o
sin el pesado tono de un moralista que acicatea a los hombres con máximas para
que reordenen sus vidas, y a la vez proponer un modelo de sociedad perfecta
como ilusión del paraíso perdido? Parece ser el planteamiento que sirve de base
para la construcción de una novela que, fusionando el tiempo mítico circular de
los libros sagrados y las tradiciones del oriente medio con la historia lineal
codificada por la historiografía occidental, echa un juicio devastador sobre
cuarenta siglos de historia signada por la apetencia de poder, el dominio del
hombre por el hombre y excluyendo sistemáticamente "todo aquello que le
suma felicidad".
Esta historia de la
humanidad parece ser relatada y juzgada por un personaje mítico que, sentado en
el fin de un ciclo y el principio de otro, asume la autoridad para ejecutar una
tarea que considera tan inútil como la de Sísifo, aun cuando formula la
esperanza de un mundo mejor que su propio relato se encarga de negar. Es una
hábil estrategia narrativa que le permite a Antonio Nella Castro dar su propia
versión de la historia, realizando una relectura de las mitologías y de la
historia para emitir un juicio devastador sobre la humanidad.
La/s historia/s
La novela Crónica del Diluvio es crónica en tanto
relato cronológico que sigue el orden de los tiempos y abarca dos aspectos: uno
referido a la historia del mundo que se pierde con el diluvio; otra a la
victoria de la hazaña náutica del arca que navega en un cataclismo y entre dos
tiempos. Ambas historias se imbrican como una sola novela gracias al artificio
del narrador que en una única tirada a manera de monólogo -pues el diálogo está
casi ausente- lo que es propio de la crónica como género.
Esta novela,
construida a la manera de una crónica, recupera una serie de textos históricos
y míticos, pero objetivados por un solo punto de vista privilegiado, lo que es
índice del carácter monológico de este discurso que trata de dominar todo el
texto.
El primer discurso
que se hace evidente, desde el título, es el mítico, más específicamente el
mito del diluvio universal, por lo que la remisión es, al menos, a dos libros
sagrados: La Biblia de la tradición
judeo-cristiana y de El Cantar de
Gilgamesh, considerado el poema épico más antiguo de la historia. Pero la novela privilegia el
relato bíblico, ya que es el patriarca Noé el encargado de la mayor parte de la
narración y; a través de él, es citado Utnapistin y su arca.
Otra evidencia de la
recuperación del texto mítico y de la intención de investir a toda la novela de
ese carácter-lo da el epígrafe de Mito y
realidad de Mircea Eliade
El
mito es una realidad y hay que contar con ella, no sólo como imagen del pasado
sino también como técnica del hombre moderno para percibir lo eterno.
La historia del mundo
que se relata está dispuesta en un orden cronológico, aparentemente lineal,
salvo dos intercalaciones regresivas coincidentes con la historia de nuestro
mundo; de modo que para sobrepasar el tiempo lineal de la historia e instalar
el tiempo circular del mito, el narrador pone en primer lugar una detallada
explicación del tiempo de los ciclos cósmicos que ha ordenado la antiguas
cultura de la India. A partir de allí lo que se incluya en el relato pasará de
ser un hecho contingente y mutable a ser un hecho necesario y paradigmático de
un acontecer original e inmutable, así en al capítulo XI el narrador afirma:
El porvenir era el
pasado. Lo que iba a suceder ya había ocurrido. Y no en gran escala, en los hechos
trascendentes. Sino en las pequeñas cosas. En los sucesos cotidianos. (p. 184)
Esta sola sentencia
basta para reconocer la filiación de este texto con un pensamiento de tipo
pitagórico, más filosófico que religioso, y de allí el carácter pesimista que
se imprime en la totalidad de la novela:
La
repetición despojada de su contenido religioso conduce necesariamente a una
visión pesimista de la existencia. Cuando deja de ser un vehículo para
reintegrar una situación primordial y para reencontrar la presencia misteriosa
de los dioses, cuando se desacraliza, el Tiempo Cíclico se hace terrorífico, se
revela como un círculo que gira indefinidamente sobre sí mismo, repitiéndose
hasta el infinito. (Mircea Eliade: 1998, 81)
El relato de la
travesía o bitácora es el que abre la narración y sirve de marco a la historia
del mundo prediluviano. Esta bitácora, por tener un carácter más inmediato con
respecto a la enunciación total, es más detallada y sus datos son más precisos.
Así, se consignan las fechas del comienzo del diluvio, la genealogía del
narrador-protagonista y las relaciones con los contemporáneos de su cultura.
En este primer tramo
de la novela (caps. I al VII) está el logro estilístico más acabado, al poder
ensamblar la historia con la bitácora que al citar a un profeta contemporáneo,
Mehir, y dar los detalles de su labor, lo emparenta con otro profeta, "el
Redentor" o “Inmolado". Esta filiación es el pretexto que tiene el
narrador para incluir la historia de Cristo y la Iglesia en su bitácora.
Pero hay algo que
destacar en este episodio de la historia, está contado desde el punto de vista
de quien mira a la distancia un hecho superado por el tiempo, como quien mira
un objeto; por lo tanto no es el discurso cristiano convocado a contar su
propia historia sino que citado por el propio discurso del autor en su tono
objetualizante y pesimista.
A medida que la
novela avanza y el narrador incorpora otros episodios de la historia a su
bitácora, esta labor se vuelve más difícil y los ensamblajes entre ambas se hacen
más notorios. Un indicio de ello es la necesidad de establecer una división de
la historia según las castas que gobernaron el mundo, la sacerdotal, la militar
o pretoriana, la burguesa y la popular. A quien más dedica sus sañas el autor,
a través de los distintos narradores, es a la casta militar o pretoriana[1].
El primer episodio
histórico es el de Alejandro y su imperio macedonio, e inmediatamente el de
Roma, su expansión y decadencia. Pero ya esta cita requiere una justificación
por parte del narrador, aun cuando trata de mantener una relación bastante
directa con la bitácora:
Pero como
transporto un pretoriano a bordo, debo lavar mi culpa previniéndolos un poco
más de esta deleznable cofradía que periódicamente, retrograda el progreso de
la humanidad. (p. 125)
El siguiente episodio es la edad
feudal, como continuación de la disolución del imperio romano, y en tanto
gobierno de la casta pretoriana el autor le imprime una carga semántica
negativa tanto a su formación y estructura, como a sus actos.
Una cáfila de
cuarterones de la nobleza provinciana que, ascendiendo en la escala social,
reemplazaron a sus antiguos amos y se agruparon en torno a una testa coronada
del representante de Dios en la tierra, personificado, como un sarcasmo, en la
figura del conductor de la iglesia del inmolado. (p. 132)
Como ejemplo de uno de los actos
más desatinados de esa era refiere las Cruzadas y en particular “la cruzada de
los niños”:
...al rededor de los
años mil de la Era que signaron, tuvo lugar un particular fenómeno que la
Histeria recogió con el nombre de "Cruzadas”... (p. 132)
Doscientos años y
ocho expediciones derrotadas fueron el saldo del delirio mesiánico (p. 134)
..la Cruzada,
entonces tenía que ser llevada a cabo por manos inocentes... por los niños...
Todos sembraron sus huesos por las ciudades, pueblos y plazas (p. 135)
A partir del capítulo IX, Noé es
relavado en su función de dirigente del navío y en este momento el narrador se
ve obligado a hacer un reordenamiento de su relato para poder tocar otros
aspectos de la historia. A esta altura se hacen mucho más evidentes las
intercalaciones de episodios históricos dentro de la bitácora.
En este particular
momento del capítulo IX es como si la novela tuviera que ser recomenzada,
restableciendo toda la situación de la enunciación inicial[2].
Aprovechando la
holganza que me brinda este descanso forzoso a que me tienen sometido en el
arca, voy a hablarles ahora de un tema que, deliberadamente, he estado
reservando para mejor oportunidad. Después continuaremos, si posible, con la
historia doméstica que les he venido contando. Se trata del Gran Año...
(p. 143)
Una nueva secuencia
de esa "Historia hogareña" es la que corresponde a la hegemonía de
"la casta burguesa'' donde los dardos son disparados contra Hitler y
Perón, pues considera, al segundo uno de los que "Irrumpieron disfrazados
de caudillos miméticos, ingresando al séquito del biotipo original y repitieron
a escala reducida, cada uno de sus actos e imitando cada uno de sus
gestos". (p ,151)
La Alemania
hitleriana es nombrada a través de los mitos que ella misma reeditó: "los
caballeros de Thule", "alcurnia teutona", "régimen Hiperbóreo".
Y el autor, acollándose a los .juicios emitidos por toda la historiografía
contemporánea, no sólo hace de este un modelo de negativa aventura de una
nación fanatizada por un dictador, sino también un lugar común donde vuelven a
arder las hogueras de la edad media, la inquisición y los cazadores de brujas,
como símbolo de la intolerancia, y el sectarismo extremos.
El episodio de la
Argentina peronista, a no ser por su filiación con Hitler, requiere una
justificación especial, pues si el género es la Alemania Nazi, el peronismo
sólo sería una especie y, por tanto, no el más apropiado para ser mostrado como
paradigma de la historia cíclica. La justificación dada por el narrador es:
...si bien el suceso
podría no tener la espina dorsal necesaria para ser incluido en la dimensión
ecuménica, no es menos verdad que resultaría muy injusto obviarlo, debido a las
particulares características de su protagonista, único en su género, y, en
especial, a su moraleja, digna de una fábula de Lud... (p.168)
El siguiente turno le
toca al pueblo Inca: en un salto temporal coincidente con el cataclismo que
cierra una época y abre otra en la
bitácora se produce esta regresión temporal en la historia citada.
La primera referencia
a este "Imperio de los Cuatro rumbos" es como modelo del paraíso
terrenal al que la humanidad no puede acceder porque "Desde que lo
arrojaron, del paraíso, perdió la identidad de su dicha. No reconoce su rostro.
Y transcurre desorientado, persiguiendo una sensación sin memoria”.
Este primer dato
sirve de pretexto para desarrollar su historia, primero como tradición mítica y
luego como transcripción del relato de un testigo. Por esta doble narración
este episodio adquiere una fuerza singular dentro de la novela porque su verdad
es doblemente afirmada, por un lado es la verdad del mito y, por otro, es el
testimonio de quien ha recibido como patrimonio la verdad de lo testimonial. El
autor realza este modelo como el único
sistema social "bueno para hombre”, por lo que le dedica a los Incas
buena parte de tres capítulos de toda la novela. Pero su posible función
pragmática se suspende cuando el narrador Noé vuelve el discurso sobre sí al
reconocer la vanidad de su tarea
diciendo:
…humanamente necesito
una esperanza y continúo creyendo que no puede haber un Constructor capaz de
edificar un mundo nada más que para verlo
desesperarse. (p. 232)
En este doble juego
de convertir la historia en mito y el mito en historia, la leyenda, de la
Atlántida es incorporada a la misma altura de los imperialismos coloniales y
neocoloniales de los siglos XIX y XX.
El procedimiento es
similar al empleado con la historia de los Incas, dejando los relatos a cargo
de sendos narradores, a saber:
La primera de ellas y
también la más antigua, le fue narrada a un extranjero ávido de conocimientos,
por un sacerdote kemita del templo de Neith. Y la segunda la bebí personalmente
de la boca de Mehir. (p. 276)
El autor justifica
este particular entramado de la historia, con una afirmación que pone a cargo
del narrador Mehir cuando recalca la veracidad de su historia ante su
narratorio Noe.
A ti, Noé, esta
historia, sin duda, te parecerá fantástica, increíble.También a la gente de
nuestra primera Época Zodiacal, a pesar de los relatos le pareció fantástico e
increíble el caso de la Atlántida. Pero no es así. Ambas tradiciones encierran
una realidad, una historia humana de carne y hueso. (p. 303)
Estos dos son los
únicos episodios que cita el narrador Noé en la bitácora para hacer luego un
resumen de todas las edades y las de la humanidad, enrostrándoles sus maldades.
De esta última condena de tan severo juez sólo quedan en pie "la comunidad
andina y algún lapso que no conozco, durante el ciclo de la hegemonía
popular" (p-325) Pero la historia en su recurrencia cíclica no se cierra
en la bitácora sino en el Epílogo, donde el narrador impersonal que abriera el
Prólogo retoma el relato bíblico como el último episodio de la novela y el
primero de la humanidad postdiluviana que no hace sino reconstruir el mundo que
desapareció.
La
manipulación del relato
En cuanto relato, la
novela requiere de un narratario ingenuo, y de un narrador que se va definiendo
paulatinamente a lo largo del texto, primero como uno de los sabios conocedores
del diluvio universal que el mundo no advierte o niega, después, como el sabio
conocedor de la historia humana y ubicado en su conclusión por ella misma y,
finalmente, como quien ha participado de todas las malas experiencias de la
humanidad. Ese narrador, que coincide con el personaje Noé, no conoce a su
narratorio, pero lo postula como un sujeto textual y prevé sus posibles
movimientos, por lo que lo orienta constantemente con alusiones directas para
que tome partido en su favor y no en su contra, con un hábil saber manipulador.
Dentro de esta
estrategia de manipulación, el narrador Noé cede la palabra a otros narradores.
En primer lugar al narrador comerciante, para que dé testimonio de su saber con palabras y gestos:
Como no quiero
agregar palabra, voy a repetírselas lo más fielmente posible, lamentando
no poder evidenciar la contrariedad que asomaba a sus ojos cada vez que
mencionaba las enormes riquezas que atesoraban sus templos y palacios (p. 224)
A su vez; en esta
situación Noé asume el papel de narratario y a través suyo se incorpora su
narratario colectivo. De modo que el relato del narrador comerciante tiene dos
destinatarios: Noé y la humanidad postdiluviana.
En segundo lugar, el
turno le toca al sacerdote del templo de Neith Pero esta situación es más
compleja porque el narrador Noé enmarca este relato donde hay otro par
narrador-narratario: le fue narrada a un extranjero ávido de conocimientos por un sacerdote kemita del templo de Neith,
(p 276). Frente a esta enunciación que enuncia, el narrador Noé toma cierta
distancia puesto que maneja su contenido transcribiéndolo como un frente al
pasivo narratario que debe simplemente aceptar dicha verdad sin poder cuestionarla o juzgarla.
De todo esto se
desprende que el texto es eminentemente monológico pues mantiene la unidad
discursiva, objetualizando los discursos ajenos, por lo que no reconoce al otro
en tanto sujeto sino como objeto, negando así su posibilidad de refutar o negar
la Verdad que sustenta el autor
Un
profeta a destiempo
Antonio
Nella Castro hizo del periodismo no sólo su profesión sino también la fuente de
información en la que buscó los materiales para construir su literatura
narrativa. La novela El ratón toma
explícitamente un período de la historia argentina marcada por los golpes
militares del siglo XX. En Crónica del
diluvio intenta una experiencia más abarcadora y ficcionaliza toda la
historia conocida a través de un narrador privilegiado que ha sabido leer los
signos de los tiempos y comprender que nuestra historia es un eterno retorno en
el que volvemos a caer sin remedio.
La
novela privilegia a un narrador que desacraliza la imagen del piadoso y justo
Noé y a su familia, poniéndola al mismo nivel de toda la humanidad; la aleja de
la premonitoria palabra divina y la acerca a la inútil tarea humana de
perpetuarse junto con los males que acarrea. De modo que la escritura de
Antonio Nella Castro es una parodia del Génesis, una contraescritura bíblica
que al emitir un terrible juico contra la humanidad, también lo hace contra sus
falsas creencias.
El
Noé de Antonio Nella Castro dista mucho de aquel construido por el relato
bíblico, no es el hombre justo –en el sentido de santidad que le otorga el
Antiguo Testamento- cuy pureza le permite dialogar con el Dios Creador y
destructor del universo que le encomienda la salvación de las criaturas y de la
humanidad. No, la novela da lugar a un patriarca menor, a un hombre relegado
por los políticos de su tiempo y en conflicto con sus propios hijos, o más bien
con uno en especial. Es un hombre sabio y crítico, de la política y de la
religión, pero también es el previsor que sabe interpretar los signos del
universo y desde allí predecir el cataclismo que se avecina. Esa misma
sabiduría es la que le permite avizorar que del mismo modo en que el ciclo de
la destrucción y la regeneración cósmica se repiten, lo mismo acontece con la
historia humana y en vista de ello lo más aconsejable sería dejar que el
cataclismo arrasara con toda la humanidad. Sin embargo, por un motivo que no
puede explicar, pero que bien podemos asociar a algo tan irracional como el
amor, la esperanza y una vaga fe en la capacidad humana de cambiar, le hace
llevar la empresa de la que todos dudan hasta que se desata el cataclismo y aún
más allá, con el motín instalado en su propia nave.
La
escritura novelesca contrapone un Noé crítico a un confiado Noé bíblico,
permitiendo que la historia de la humanidad se deshoje ante la severa condena
del narrador privilegiado que ve a un mundo hundirse y a otro surgir, emitiendo
un terrible juicio del que no se salva ni el mismo enunciador.
[1] Esto se debe no sólo al momento particular de enunciación, ya que la
novela fue escrita durante el “Proceso de reorganización Nacional” (1976 –
1982) sino que también se hace eco de los golpes militares anteriores,
incluyendo a Juan Domingo Perón en la lista de militares gobernantes.
[2] Yo-aquí-ahora, narrador-narratario y tiempo, espacio y tema
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