lunes, 23 de noviembre de 2015

Crónica del diluvio

Crónica del diluvio, un relato del tiempo perdido

En una tradición muy cara a la literatura hispanoamericana, poblada de crónicas con la intención de ser historias verdaderas que vienen a rectificar la historia oficial, Crónica del Diluvio de Antonio Nella Castro se instala en la serie literaria recorriendo los últimos cuatro mil años de historia humana entramándolos como un fatal suceder cíclico al que Dios -o un extraño mecanismo universal- ha condenado al hombre.
¿Cómo emitir un juicio propio sobre la historia de la humanidad sin caer en el discurso histórico o sin el pesado tono de un moralista que acicatea a los hombres con máximas para que reordenen sus vidas, y a la vez proponer un modelo de sociedad perfecta como ilusión del paraíso perdido? Parece ser el planteamiento que sirve de base para la construcción de una novela que, fusionando el tiempo mítico circular de los libros sagrados y las tradiciones del oriente medio con la historia lineal codificada por la historiografía occidental, echa un juicio devastador sobre cuarenta siglos de historia signada por la apetencia de poder, el dominio del hombre por el hombre y excluyendo sistemáticamente "todo aquello que le suma felicidad".
Esta historia de la humanidad parece ser relatada y juzgada por un personaje mítico que, sentado en el fin de un ciclo y el principio de otro, asume la autoridad para ejecutar una tarea que considera tan inútil como la de Sísifo, aun cuando formula la esperanza de un mundo mejor que su propio relato se encarga de negar. Es una hábil estrategia narrativa que le permite a Antonio Nella Castro dar su propia versión de la historia, realizando una relectura de las mitologías y de la historia para emitir un juicio devastador sobre la humanidad.

La/s  historia/s
La novela Crónica del Diluvio es crónica en tanto relato cronológico que sigue el orden de los tiempos y abarca dos aspectos: uno referido a la historia del mundo que se pierde con el diluvio; otra a la victoria de la hazaña náutica del arca que navega en un cataclismo y entre dos tiempos. Ambas historias se imbrican como una sola novela gracias al artificio del narrador que en una única tirada a manera de monólogo -pues el diálogo está casi ausente- lo que es propio de la crónica como género.
Esta novela, construida a la manera de una crónica, recupera una serie de textos históricos y míticos, pero objetivados por un solo punto de vista privilegiado, lo que es índice del carácter monológico de este discurso que trata de dominar todo el texto.
El primer discurso que se hace evidente, desde el título, es el mítico, más específicamente el mito del diluvio universal, por lo que la remisión es, al menos, a dos libros sagrados: La Biblia de la tradición judeo-cristiana y de El Cantar de Gilgamesh, considerado el poema épico más antiguo de  la historia. Pero la novela privilegia el relato bíblico, ya que es el patriarca Noé el encargado de la mayor parte de la narración y; a través de él, es citado Utnapistin y su arca.
Otra evidencia de la recuperación del texto mítico y de la intención de investir a toda la novela de ese carácter-lo da el epígrafe de Mito y realidad de Mircea Eliade
El mito es una realidad y hay que contar con ella, no sólo como imagen del pasado sino también como técnica del hombre moderno para percibir lo eterno.

La historia del mundo que se relata está dispuesta en un orden cronológico, aparentemente lineal, salvo dos intercalaciones regresivas coincidentes con la historia de nuestro mundo; de modo que para sobrepasar el tiempo lineal de la historia e instalar el tiempo circular del mito, el narrador pone en primer lugar una detallada explicación del tiempo de los ciclos cósmicos que ha ordenado la antiguas cultura de la India. A partir de allí lo que se incluya en el relato pasará de ser un hecho contingente y mutable a ser un hecho necesario y paradigmático de un acontecer original e inmutable, así en al capítulo XI el narrador afirma:

El porvenir era el pasado. Lo que iba a suceder ya había ocurrido. Y no en gran escala, en los hechos trascendentes. Sino en las pequeñas cosas. En los sucesos cotidianos. (p. 184)

Esta sola sentencia basta para reconocer la filiación de este texto con un pensamiento de tipo pitagórico, más filosófico que religioso, y de allí el carácter pesimista que se imprime en la totalidad de la novela:
La repetición despojada de su contenido religioso conduce necesariamente a una visión pesimista de la existencia. Cuando deja de ser un vehículo para reintegrar una situación primordial y para reencontrar la presencia misteriosa de los dioses, cuando se desacraliza, el Tiempo Cíclico se hace terrorífico, se revela como un círculo que gira indefinidamente sobre sí mismo, repitiéndose hasta el infinito. (Mircea Eliade: 1998, 81)

El relato de la travesía o bitácora es el que abre la narración y sirve de marco a la historia del mundo prediluviano. Esta bitácora, por tener un carácter más inmediato con respecto a la enunciación total, es más detallada y sus datos son más precisos. Así, se consignan las fechas del comienzo del diluvio, la genealogía del narrador-protagonista y las relaciones con los contemporáneos de su cultura.
En este primer tramo de la novela (caps. I al VII) está el logro estilístico más acabado, al poder ensamblar la historia con la bitácora que al citar a un profeta contemporáneo, Mehir, y dar los detalles de su labor, lo emparenta con otro profeta, "el Redentor" o “Inmolado". Esta filiación es el pretexto que tiene el narrador para incluir la historia de Cristo y la Iglesia en su bitácora.
Pero hay algo que destacar en este episodio de la historia, está contado desde el punto de vista de quien mira a la distancia un hecho superado por el tiempo, como quien mira un objeto; por lo tanto no es el discurso cristiano convocado a contar su propia historia sino que citado por el propio discurso del autor en su tono objetualizante y pesimista.
A medida que la novela avanza y el narrador incorpora otros episodios de la historia a su bitácora, esta labor se vuelve más difícil y los ensamblajes entre ambas se hacen más notorios. Un indicio de ello es la necesidad de establecer una división de la historia según las castas que gobernaron el mundo, la sacerdotal, la militar o pretoriana, la burguesa y la popular. A quien más dedica sus sañas el autor, a través de los distintos narradores, es a la casta militar o pretoriana[1].
El primer episodio histórico es el de Alejandro y su imperio macedonio, e inmediatamente el de Roma, su expansión y decadencia. Pero ya esta cita requiere una justificación por parte del narrador, aun cuando trata de mantener una relación bastante directa con la bitácora:
Pero como transporto un pretoriano a bordo, debo lavar mi culpa previniéndolos un poco más de esta deleznable cofradía que periódicamente, retrograda el progreso de la humanidad. (p. 125)

El siguiente episodio es la edad feudal, como continuación de la disolución del imperio romano, y en tanto gobierno de la casta pretoriana el autor le imprime una carga semántica negativa tanto a su formación y estructura, como a sus actos.
Una cáfila de cuarterones de la nobleza provinciana que, ascendiendo en la escala social, reemplazaron a sus antiguos amos y se agruparon en torno a una testa coronada del representante de Dios en la tierra, personificado, como un sarcasmo, en la figura del conductor de la iglesia del inmolado. (p. 132)

Como ejemplo de uno de los actos más desatinados de esa era refiere las Cruzadas y en particular “la cruzada de los niños”:
...al rededor de los años mil de la Era que signaron, tuvo lugar un particular fenómeno que la Histeria recogió con el nombre de "Cruzadas”... (p. 132)
Doscientos años y ocho expediciones derrotadas fueron el saldo del delirio mesiánico (p. 134)
..la Cruzada, entonces tenía que ser llevada a cabo por manos inocentes... por los niños... Todos sembraron sus huesos por las ciudades, pueblos y plazas (p. 135)

A partir del capítulo IX, Noé es relavado en su función de dirigente del navío y en este momento el narrador se ve obligado a hacer un reordenamiento de su relato para poder tocar otros aspectos de la historia. A esta altura se hacen mucho más evidentes las intercalaciones de episodios históricos dentro de la bitácora.
En este particular momento del capítulo IX es como si la novela tuviera que ser recomenzada, restableciendo toda la situación de la enunciación inicial[2].
Aprovechando la holganza que me brinda este descanso forzoso a que me tienen sometido en el arca, voy a hablarles ahora de un tema que, deliberadamente, he estado reservando para mejor oportunidad. Después continuaremos, si posible, con la historia doméstica que les he venido contando. Se trata del Gran Año... (p.   143)

Una nueva secuencia de esa "Historia hogareña" es la que corresponde a la hegemonía de "la casta burguesa'' donde los dardos son disparados contra Hitler y Perón, pues considera, al segundo uno de los que "Irrumpieron disfrazados de caudillos miméticos, ingresando al séquito del biotipo original y repitieron a escala reducida, cada uno de sus actos e imitando cada uno de sus gestos". (p ,151)

La Alemania hitleriana es nombrada a través de los mitos que ella misma reeditó: "los caballeros de Thule", "alcurnia teutona", "régimen Hiperbóreo". Y el autor, acollándose a los .juicios emitidos por toda la historiografía contemporánea, no sólo hace de este un modelo de negativa aventura de una nación fanatizada por un dictador, sino también un lugar común donde vuelven a arder las hogueras de la edad media, la inquisición y los cazadores de brujas, como símbolo de la intolerancia, y el sectarismo extremos.
El episodio de la Argentina peronista, a no ser por su filiación con Hitler, requiere una justificación especial, pues si el género es la Alemania Nazi, el peronismo sólo sería una especie y, por tanto, no el más apropiado para ser mostrado como paradigma de la historia cíclica. La justificación dada por el narrador es:
...si bien el suceso podría no tener la espina dorsal necesaria para ser incluido en la dimensión ecuménica, no es menos verdad que resultaría muy injusto obviarlo, debido a las particulares características de su protagonista, único en su género, y, en especial, a su moraleja, digna de una fábula de Lud... (p.168)

El siguiente turno le toca al pueblo Inca: en un salto temporal coincidente con el cataclismo que cierra una época y abre otra en la  bitácora se produce esta regresión temporal en la historia citada.
La primera referencia a este "Imperio de los Cuatro rumbos" es como modelo del paraíso terrenal al que la humanidad no puede acceder porque "Desde que lo arrojaron, del paraíso, perdió la identidad de su dicha. No reconoce su rostro. Y transcurre desorientado, persiguiendo una sensación sin memoria”.
Este primer dato sirve de pretexto para desarrollar su historia, primero como tradición mítica y luego como transcripción del relato de un testigo. Por esta doble narración este episodio adquiere una fuerza singular dentro de la novela porque su verdad es doblemente afirmada, por un lado es la verdad del mito y, por otro, es el testimonio de quien ha recibido como patrimonio la verdad de lo testimonial. El autor realza este modelo como el único  sistema social "bueno para hombre”, por lo que le dedica a los  Incas  buena parte de tres capítulos de toda la novela. Pero su posible función pragmática se  suspende cuando el  narrador Noé vuelve el discurso sobre sí al reconocer la vanidad de  su tarea diciendo:
…humanamente necesito una esperanza y continúo creyendo que no puede haber un Constructor capaz de edificar un mundo nada más  que   para verlo  desesperarse. (p. 232)

En este doble juego de convertir la historia en mito y el mito en historia, la leyenda, de la Atlántida es incorporada a la misma altura de los imperialismos coloniales y neocoloniales de los siglos XIX y XX.
El procedimiento es similar al empleado con la historia de los Incas, dejando los relatos a cargo de sendos narradores, a saber:
La primera de ellas y también la más antigua, le fue narrada a un extranjero ávido de conocimientos, por un sacerdote kemita del templo de Neith. Y la segunda la bebí personalmente de la boca de  Mehir. (p. 276)

El autor justifica este particular entramado de la historia, con una afirmación que pone a cargo del narrador Mehir cuando recalca la veracidad de su historia ante su narratorio Noe.
A ti, Noé, esta historia, sin duda, te parecerá fantástica, increíble.También a la gente de nuestra primera Época Zodiacal, a pesar de los relatos le pareció fantástico e increíble el caso de la Atlántida. Pero no es así. Ambas tradiciones encierran una realidad, una historia humana de carne y hueso. (p. 303)

Estos dos son los únicos episodios que cita el narrador Noé en la bitácora para hacer luego un resumen de todas las edades y las de la humanidad, enrostrándoles sus maldades. De esta última condena de tan severo juez sólo quedan en pie "la comunidad andina y algún lapso que no conozco, durante el ciclo de la hegemonía popular" (p-325) Pero la historia en su recurrencia cíclica no se cierra en la bitácora sino en el Epílogo, donde el narrador impersonal que abriera el Prólogo retoma el relato bíblico como el último episodio de la novela y el primero de la humanidad postdiluviana que no hace sino reconstruir el mundo que desapareció.

            La manipulación del relato
En cuanto relato, la novela requiere de un narratario ingenuo, y de un narrador que se va definiendo paulatinamente a lo largo del texto, primero como uno de los sabios conocedores del diluvio universal que el mundo no advierte o niega, después, como el sabio conocedor de la historia humana y ubicado en su conclusión por ella misma y, finalmente, como quien ha participado de todas las malas experiencias de la humanidad. Ese narrador, que coincide con el personaje Noé, no conoce a su narratorio, pero lo postula como un sujeto textual y prevé sus posibles movimientos, por lo que lo orienta constantemente con alusiones directas para que tome partido en su favor y no en su contra, con un hábil saber manipulador.
Dentro de esta estrategia de manipulación, el narrador Noé cede la palabra a otros narradores. En primer lugar al narrador comerciante, para que dé testimonio de  su saber con palabras y gestos:
Como no  quiero  agregar palabra, voy a repetírselas lo más fielmente posible, lamentando no poder evidenciar la contrariedad que asomaba a sus ojos cada vez que mencionaba las enormes riquezas que atesoraban sus templos y palacios (p. 224)

A su vez; en esta situación Noé asume el papel de narratario y a través suyo se incorpora su narratario colectivo. De modo que el relato del narrador comerciante tiene dos destinatarios: Noé y la humanidad postdiluviana.
En segundo lugar, el turno le toca al sacerdote del templo de Neith Pero esta situación es más compleja porque el narrador Noé enmarca este relato donde hay otro par narrador-narratario: le fue narrada a un extranjero ávido de conocimientos  por un sacerdote kemita del templo de Neith, (p 276). Frente a esta enunciación que enuncia, el narrador Noé toma cierta distancia puesto que maneja su contenido transcribiéndolo como un frente al pasivo narratario que debe simplemente aceptar dicha verdad sin  poder cuestionarla o juzgarla.
De todo esto se desprende que el texto es eminentemente monológico pues mantiene la unidad discursiva, objetualizando los discursos ajenos, por lo que no reconoce al otro en tanto sujeto sino como objeto, negando así su posibilidad de refutar o negar la Verdad que  sustenta el autor

            Un profeta a destiempo
            Antonio Nella Castro hizo del periodismo no sólo su profesión sino también la fuente de información en la que buscó los materiales para construir su literatura narrativa. La novela El ratón toma explícitamente un período de la historia argentina marcada por los golpes militares del siglo XX. En Crónica del diluvio intenta una experiencia más abarcadora y ficcionaliza toda la historia conocida a través de un narrador privilegiado que ha sabido leer los signos de los tiempos y comprender que nuestra historia es un eterno retorno en el que volvemos a caer sin remedio.
            La novela privilegia a un narrador que desacraliza la imagen del piadoso y justo Noé y a su familia, poniéndola al mismo nivel de toda la humanidad; la aleja de la premonitoria palabra divina y la acerca a la inútil tarea humana de perpetuarse junto con los males que acarrea. De modo que la escritura de Antonio Nella Castro es una parodia del Génesis, una contraescritura bíblica que al emitir un terrible juico contra la humanidad, también lo hace contra sus falsas creencias.
            El Noé de Antonio Nella Castro dista mucho de aquel construido por el relato bíblico, no es el hombre justo –en el sentido de santidad que le otorga el Antiguo Testamento- cuy pureza le permite dialogar con el Dios Creador y destructor del universo que le encomienda la salvación de las criaturas y de la humanidad. No, la novela da lugar a un patriarca menor, a un hombre relegado por los políticos de su tiempo y en conflicto con sus propios hijos, o más bien con uno en especial. Es un hombre sabio y crítico, de la política y de la religión, pero también es el previsor que sabe interpretar los signos del universo y desde allí predecir el cataclismo que se avecina. Esa misma sabiduría es la que le permite avizorar que del mismo modo en que el ciclo de la destrucción y la regeneración cósmica se repiten, lo mismo acontece con la historia humana y en vista de ello lo más aconsejable sería dejar que el cataclismo arrasara con toda la humanidad. Sin embargo, por un motivo que no puede explicar, pero que bien podemos asociar a algo tan irracional como el amor, la esperanza y una vaga fe en la capacidad humana de cambiar, le hace llevar la empresa de la que todos dudan hasta que se desata el cataclismo y aún más allá, con el motín instalado en su propia nave.
            La escritura novelesca contrapone un Noé crítico a un confiado Noé bíblico, permitiendo que la historia de la humanidad se deshoje ante la severa condena del narrador privilegiado que ve a un mundo hundirse y a otro surgir, emitiendo un terrible juicio del que no se salva ni el mismo enunciador.




[1] Esto se debe no sólo al momento particular de enunciación, ya que la novela fue escrita durante el “Proceso de reorganización Nacional” (1976 – 1982) sino que también se hace eco de los golpes militares anteriores, incluyendo a Juan Domingo Perón en la lista de militares gobernantes.
[2] Yo-aquí-ahora, narrador-narratario y tiempo, espacio y tema

Francisco Zamora

Aproximación a la narrativa de Francisco Zamora
            Francisco Zamora fue conocido en el ámbito periodístico y literario de Salta en las tres últimas décadas del siglo XX, aunque su producción fue silenciada progresivamente hasta su desaparición física en la primera década del siglo XXI.
Como narrador dejó un libro de cuentos y dos novelas y, revisando el impacto que produjo desde la década del setenta, podemos afirmar que su producción no pasó desapercibida en su momento de aparición, pues dos componentes conformadores del canon lo ponderan claramente. Por una parte el discurso crítico y por otra el pedagógico lo tuvieron en cuenta.
Walter Adet -el antologista y crítico de un momento en el que aún la universidad no tenía suficiente injerencia en el ámbito consagratorio- cuando presentó el cuadro de la generación del 60, lo ubicó claramente como el más representativo del género narrativo:

En la generación del 60 sobresalen Jacobo Regen en la poesía, Carlos Hugo Aparicio en el cuento y Francisco Zamora en el novela, mientras hierve la discordia como una sopa de piedras y acuden a los suplementos culturales demasiados poemas como una sala de terapia intensiva, diagnosticados de traumatismo cerebral. (Adet, Walter, 2006: 237)

Luego, en el libro de ensayos El escudo de Dios de 1983 reproduce el prólogo que le escribiera en 1975 a El llamavientos para refrendar esa ponderación realizada al narrador casi una década atrás y casi simultáneamente con la aparición de su segunda novela.
También en la selección de textos escolares, sus cuentos integraron antologías de literatura recomendada para la provincia y la nación. El cuento “La cometa” del libro El llamaviento fue seleccionado para integrar una de las antologías de Colihue sobre autores regionales preparadas para su uso en ámbitos escolares.
Cuando la Universidad Nacional de Salta encaró un estudio integral de Salta con motivo de la celebración del Cuarto Centenario de la Fundación de la Ciudad, los encargados de relevar su literatura no soslayaron sus libros, en ese momento, uno de cuentos, El llamamiento, y una novela, La heredad de los difuntos. Aún cuando no los pondera específicamente en cuanto a su logro estilístico, sino que lo aborda en función del tratamiento de ciertas temáticas recurrentes. El hecho de citarlos como representativos aún cuando su publicación es muy próxima, es ya un gesto de reconocimiento.
El retorno de la democracia durante la década del 80 marcó la literatura con la reaparición de escritores que estuvieron silenciados en el ámbito nacional y, entre ellos Francisco Zamora llegó a ser considerado como uno de los mejores vendidos con su novela paródica Bisiesto viene de golpe.
Los dos primeros libros de Zamora fueron objeto de la crítica local que inmediatamente consideró sus referencias al espació regional con un trabajo sobre el lenguaje destinado a generar esa impresión de oralidad del interior del interior.
            El objetivo de esta lectura panorámica de la narrativa de Francisco Zamora es establecer si más allá de los cambios de estilo hay una unidad de referente construido y de efecto crítico buscado y logrado.

Relatos de un mundo cercano
Los mundos creados en El llamaviento son comparables a las ficciones de Juan Rulfo y de Héctor Tizón, ya que el espacio –geográfico y cultural- que estos tres autores textualizan guardan muchas similitudes puesto que plantean el conflictivo encuentro entre dos mundos coexistentes, pero ordenados en base a dos formas distintas de comprensión del universo.
El lector de “Huallpa” debe, por ejemplo, crear los sujetos de las voces, que oímos más que leemos (a la manera rulfiana), influencia conscientemente aceptada por Zamora). (Chibán, A., 1982: 226)

La heredad de los difuntos fue publicada en Buenos Aires en 1977 como resultado de la convocatoria “Premio de Novela Homero Robles” que contó con un jurado compuesto por tres escritores en plena vigencia en ese momento, pero surgidos del interior y no de la gran Capital: Juan José Hernández de Tucumán, María Granata de la Provincia de Buenos Aires y Antonio Nella Castro de Salta.
La nota “A manera de prólogo” que los editores incorporan a la novela de Zamora se reproduce en la contratapa reiterando los motivos por los cuáles el texto fue galardonado con su publicación:
…esta novela, aunque pura ficción, podría haber sucedido, pero lo más importante no es eso, sino que está inserta en una realidad que poca gente conoce. (Zamora, 1977:8)

Refrendando el carácter testimonial y de denuncia de la literatura como un “deber ser” asumido por una generación de escritores que impulsa a otros escritores.
            En 1983 Bisiesto viene de golpe fue publicado por Editorial Bruguera Argentina, con una tapa en la que aparece un militar flaco y de bigotes, como una clara alusión al ex presidente de facto Jorge Rafael Videla que huye con una valija de la que caen dólares.
            La distancia que hay entre los dos modos de narrar va más allá que los seis años de edición que las separan. Si el estudio realizado por la U.N.Sa. sobre la literatura de Salta en su cuarto centenario, mostraba una continuidad temática y estilística entre El llamaviento y La heredad de los difuntos, con Bisiesto viene de golpe hay un notorio cambio tanto temático como estilístico.
       La desolación casi rulfiana de la Puna en La heredad de los difuntos de Francisco Zamora, está vivida desde el padecimiento y la conciencia de los personjes…( Chibán, A., 1982: 149)

            La primera novela tematiza el problema del aislamiento geográfico y legal de las comunidades de la Puna con un lenguaje plagado de regionalismos, a tal punto que el libro se cierra con un “Vocabulario” para facilitar el tratamiento con un lenguaje que busca acercarse a la oralidad de sus protagonistas.
            La segunda novela, en cuanto a la construcción de su referente geográfico, no se aleja mucho de los dos primeros libros, pues las alusiones a los paisajes del NOA son claramente reconocibles. La diferencia está en que si el libro de cuentos y la primera novela asumen un tono elegíaco ante comunidades al borde del exterminio, Bisiesto viene de golpe es totalmente paródica y, como buena parodia, remite a través del humor crítico y destructivo a una historia por todos conocida, respondiendo a una estética generacional:
La alteración no será buscada exclusivamente en los temas, sino en los procedimientos internos de esta nueva narrativa. Aquellas normas implícitas dentro del canon estático anterior, los estatutos que restringen el itinerario de la palabra y las reglas acerca de la restructuración profunda del discurso, constituyen una suerte de “protocolo literario” al que los autores de este período desoyen, instaurando un nuevo registro en las letras nacionales. (Poderti, 2000:420)

Si reconocemos en los dos primeros libros la asunción de un “deber ser” de la literatura, con una estética tendiente a crear una impresión de oralidad testimonial, la segunda novela si bien toma el registro paródico, no se aparta de la intensión política de denuncia, pues la risa no es de puro divertimento sino una risa crítica, cruel y demoledora que caricaturiza un momento de la historia y a sus protagonistas.
            El efecto del espejo deformante es devastador porque en la crítica no envuelve sólo al referente parodiado sino al mismo lector que por acción u omisión formó parte de esa historia criticada.

            La tarea pendiente
            La producción escrita de Francisco Zamora es una tarea pendiente dentro de los estudios literarios de Salta, sujeto a todos los problemas que se han planteado en torno a la de muchos otros autores de la región. Un recorrido global implicaría revisar además su producción lírica, ensayística y periodística, tanto édita como inétida pues ya planteábamos al principio de nuestra presentación que por problemas con la dirección del diario El Tribuno, muchos de sus artículos no fueron publicados y, por tanto, requerirán una tarea de rastreo por archivos personales para sus investigadores.
Esta primera aproximación a la narrativa de Francisco Zamora nos ha permitido realizar una mirada de conjunto sobre sus tres libros y reconocer si, efectivamente, más allá de sus diferencias formales había una unidad.
            El relevamiento panorámico nos permitió corroborar la lectura que realizaron los trabajos críticos precedentes que establecen una continuidad temática y estilística evidente entre el libro de cuentos El llamaviento y la novela La heredad de los difuntos, pero a la vez nos permitió esclarecer que Bisiesto viene de golpe construye su mundo representado apelando a un mundo referencial similar al de sus primeros dos libros, sólo que el lenguaje con el que trabaja es satírico.
            La unidad de toda su obra no está dada solamente por la referencia al mundo representado sino fundamentalmente por la actitud crítica que asume en toda su obra. En los dos primeros textos esa crítica se realiza a través de la dolorosa representación de un mundo en descomposición, mientras que en el último lo hace con un lenguaje satírico.
            De ambas maneras, el efecto logrado es muy contundente pues el lector no puede dejar de compadecerse del dolor por la destrucción de un mundo en los dos primeros textos y la risa concitada en la segunda novela no es de una diversión gratuita sino que provoca una profunda reflexión que lleva del gesto de la risa a la mueca de la preocupación profunda por un mundo del que participamos.

Los mundos posibles de El llamaviento
En un proyecto de investigación realizado en la U.N.Sa., bajo la dirección de la Prof. Alicia Chibán, se incluyó el tratamiento de la narrativa de Zamora y en su informe final le dedicó dos apartados bajo los títulos “La literatura actual” (1982; 136-137) y “Mitos y creencias en la literatura salteña” (1982; 222-227). De esa misma producción narrativa, el cuento “La cometa” del libro El llamaviento fue seleccionado para integrar una antología sobre autores regionales preparadas para su uso en ámbitos escolares por la editorial Colihue ya conocida por su producción de libros de carácter didáctico.
Los mundos creados en esas narraciones son comparables a las ficciones de Juan Rulfo y de Héctor Tizón, ya que el espacio –geográfico y cultural- que estos tres autores textualizan guardan muchas similitudes.
Nuestra lectura se centra en el conflicto que se plantea en los cuentos de El llamaviento a partir de una matriz semántica: el encuentro de dos mundos ordenados en base a dos formas distintas de comprensión del universo. Básicamente los relatos sitúan el espacio en un paisaje rural y pueblerino cuyo referente es el espacio puneño. El conflicto se presenta ante el lector bajo distintos formatos, pero manteniendo la misma matriz semántica: la conflictiva relación entre un mundo ordenado en base al pensamiento mítico-tribal y un mundo ordenado en base a leyes consumistas-urbanas.
Los nueve cuentos que conforman el libro pueden ser clasificados en base a la construcción de mundos posibles y su invasión por un orden extraño o por los sujetos que migran entre un mundo y otro.
Al primer tipo pertenecen: Don Alemán, El pedrero de Bailón, El perro de doña Cande, La Cometa, Huacanqui y El Angelito Santo. Al segundo: Huallpa, Seis años para Veneranda y Con la sal a cuestas.

Los mundos posibles
Según Umberto Eco (1981), los mundos posibles son estados de cosas que se describen en los términos del mismo lenguaje en que habla el texto narrativo, lo que permite cotejar diversos estados de cosas bajo una cierta descripción y de poner en claro si pueden ser mutuamente accesibles o no y de qué manera difieren. Revisar un mundo posible nos obliga a considerar también el mundo real o actual como artificio cultural.
Esta afirmación teórica se realiza en una práctica cultural concreta llamada literatura, en un texto específico, El llamaviento, cuya construcción de mundos posibles nos obliga a considerar nuestro mundo de referencia como un artificio cultural, un constructo equivalente al que nos presentan las narraciones literarias.
Planteados así, los mundos construidos pueden considerarse y evaluarse como modelos de laboratorio que permiten ver cómo interactúan dos realidades culturales en contacto.
Estos juegos del lenguaje logran:

asombrar al lector, sacarlo de sus hábitos de pensamiento, prepararlo para lo indecible por una toma de conciencia más viva de la relatividad universal. “el espacio-obra” igual que un panfleto parahistórico no hace más que decirnos: “No estamos seguros de nada, y nuestra seguridad en ciertas materias es sólo falta de imaginación”. (Pichón y otros, 1969: 22)

De modo similar al ejercicio intelectual que realizan los relatos de ciencia-ficción al presentar el cataclísmico encuentro entre universos paralelos, los cuentos de Zamora dan forma al mismo conflicto en un espacio cultural que podríamos denominar como “realidad rural cercana”. Ya que el amoblamiento –según la terminología de Eco (1981)- nos remite al espacio rural de noroeste argentino.

Las distintas configuraciones del relato
En los cuentos Huallpa, Seis años para Veneranda y Con la Sal a cuestas, el conflicto que conforma el relato está dado por el desplazamiento de un sujeto desde su mundo de origen, configurado en base a un pensamiento mítico, hacia un mundo extraño, constituido en base a un orden capitalista-urbano.
En los cuentos Huacanqui, El Angelito Santo, Don Alemán, El pedrero de Bailón, El perro de doña Cande y La Cometa el mundo establecido por un pensamiento mítico tribal se encuentra invadido, o interferido, por un orden otro –que hemos convenido en denominar “capitalista urbano”- lo que produce divergencias en las interpretaciones de los hechos por parte de los protagonistas que se encuentran involucrados en los conflictos.
En el caso de Huallpa, el sujeto que va a desencadenar el conflicto es el miembro de la comunidad tribal que ha salido de los límites de su mundo para acceder a un mundo que, si bien no comprende, reconoce como poseedor de poderes que lo superan. El relato que el peregrino realiza al regreso de su viaje es tomado por inverosímil, producto de una mente trastornada, que desestabiliza el orden de su universo, a tal punto que ofende a los dioses y por ello es condenado a muerte para aplacar la ira divina.
En Seis años para Veneranda el relato presenta una complejidad mayor, puesto que un sujeto proveniente de un mundo mítico se inserta en un mundo capitalista, en el último lugar de la escala social, como servidumbre. En un mundo donde el sujeto es reducido a una condición de cuasi-objeto y, como tal, sólo digno de ser usado y abusado en manos de quienes están por encima de él. El drama del sujeto-víctima se acentúa cuando regresa a su comunidad de origen donde recupera su condición de sujeto, pero para hacerse cargo de las deudas que contrajo antes de su partida y de las nuevas con que lo estigmatizan a su regreso. El sujeto, agobiado por sus deudas y con nuevas responsabilidades, retorna al orbe que lo ha cuasi-objetualizado para terminar asumiendo el rol de chivo expiatorio de la hipocresía de una sociedad que clasifica y califica a sus miembros según lo que aparentan.
Veneranda, el sujeto-víctima de ambos mundos, comprende lo que le ha sucedido en su comunidad de origen, pero no logra entender el otro orden que sólo la asume como sujeto cuando debe cargar culpas.
El cuento Con la sal a cuestas representa el problema de quien debe pasar de su mundo –que habíamos caracterizado como de orden “mítico tribal”- a un mundo otro – al que habíamos denominado “capitalista-urbano”- del cual depende para su supervivencia económica. En ese tránsito transgrede una ley y debe pagar por ello, aún cuando no comprende cuál fue su ofensa, ya que ésta reside en la legalización del uso del espacio. En la comunidad de la que sale el personaje el espacio es compartido, el hombre se inserta en él, por lo tanto el hombre pertenece al paisaje y no a la inversa, como sucede en el mundo capitalista-urbano.
Lo que acentúa la ironía del conflicto, resaltando la incomunicación por la incapacidad de comprensión entre los sujetos de un mundo y el otro, está dado por una última parte del relato, en la que dos personajes evalúan al sujeto-víctima como un privilegiado, libre de las presiones del mundo al que pertenecen.
Don Alemán es un relato más lineal que los otros del libro, no reviste el mismo logro estético de los cuantos anteriores, sin embargo no por ello patentiza menos el conflicto de la comunidad mítica-tribal penetrada por un orden capitalista en el que el poder de la empresa decide sobre la vida de los hombres. Cuando la voluntad de los hombres contraría los designios de la empresa, se tapa sus logros atribuyéndolos a la intervención divina antes que a la voluntad humana. El acto subversivo de la comunidad que puede poner en peligro la hegemonía de la empresa es rápidamente neutralizado por la complicidad de los representantes de la Iglesia, cuyo discurso puede penetrar en el pensamiento mítico de la comunidad con mayor facilidad, resignificando los hechos con otra interpretación.
En La cometa el problema de la penetración del capitalismo y de la explotación de la niñez toma forma magistralmente en el delirio de un niño enfermo que sólo en su muerte encuentra el modo de escapar a su duro destino. El exquisito manejo del lenguaje lleva al lector desde la fantasía infantil al sueño febril que desemboca en la agonía final.
El pedrero de Bailón textualiza el conflicto de la distribución de poderes de las poblaciones en la puna a causa a la intervención de las instituciones oficiales: la Iglesia, la policía y el funcionario del gobierno.
El comisario y el cura por un lado y un diputado, por el otro, se disputan la notoriedad en un pueblo. El hallazgo de un viejo cañón evidencia el conflicto, cuando un miembro común puede sobresalir de la comunidad al participar de la disputa, invistiéndose como representante del diputado que le otorga un cargo político ficticio. Esa nueva imagen le permite competir con las imágenes del comisario y del cura.
En El perro de doña Cande, un sujeto -con un pensamiento mítico- explica los acontecimientos atribuyéndolos a los poderes sobrenaturales del diablo. El narrador-protagonista asiste al relato de la metamorfosis con un racional escepticismo, pero al final del cuento queda sumido en la perplejidad que desestabiliza su pensamiento racional.
El Angelito Santo está narrado desde la comprensión mítica, pero con la interferencia de un narrador que permite establecer dos visiones: la de los protagonistas y la del observador externo. Cada una de ellas construye una interpretación diferente en base a los mismos datos, porque los fundamentos empleados provienen de dos órdenes distintos y, quizá, irreconciliables.
Huacanqui, en cierto modo, escapa a las clasificaciones anteriores ya que el relato se plantea desde el interior mismo de una comunidad mítica y su incomprensión del “mal”, la que los lleva a su desaparición. Estratégicamente nunca se menciona cuál es el mal que sume a la comunidad en la esterilidad y la inmoviliza hasta la muerte, pero se puede inferir desde las actitudes del hechicero que se propone a sí mismo como único remedio.

Para cerrar una lectura
Como pudimos ver a lo largo de esta lectura, una misma matriz semántica puede expandirse bajo distintos investimentos, dando lugar a diversos relatos.
De modo tal que la literatura, que construye su propio mundo de referencia, no evade la realidad sino que la redescubre, patentizando aspectos de los discursos sociales que organizan el mundo y su comprensión. En este caso, el mundo de las fronteras entre las realidades de la puna y de la ciudad y su mutua incomprensión. Por lo tanto, el choque cataclísmico por el encuentro entre dimensiones diferentes que ha producido tanta literatura fantástica y de ciencia ficción es también la forma de textualizar un conflicto social aún irresuelto y que caracteriza nuestra realidad de frontera: la incomunicación.


Raúl Aráoz Anzoátegüi

Raúl Aráoz Anzoátegui y su huella en las letras de Salta
            Raúl Aráoz Anzoátegui (1923-2011) dejó una honda huella en la actividad literaria de Salta, desde su formación en “La Carpa”, por su participación en distintas actividades públicas y privadas en la Provincia de Salta y por las sucesivas publicaciones de sus obras que mostraron su sostenida producción literaria, estableciendo una lectura de su época que trasciende su visión generacional.
            Los apellidos que portaba lo ligaban a la generación de escritores que precedió a la del ’40, pues su padre fue el reconocido político, periodista y escritor Ernesto Aráoz, quien nos legó -entre sus obras más memorables- aquella larga entrevista a la repatriada veleta del Cabildo, conocida como El Diablito del Cabildo.

Significación de Raúl Aráoz Anzoátegui y
“La Carpa” en la cultura de Salta
La desaparición física de Raúl Aráoz Anzoátegui el 24 de octubre de 2001, cuando tenía 88 años de edad, al principio de la segunda década del nuevo milenio no es sólo la ausencia de uno de los escritores más significativos de la literatura de Salta en el siglo XX, es la partida del último integrante de “La Carpa”.
Podemos decir que Raúl Aráoz Anzoátegui fue el último en abandonar esa tienda de campaña desde la que sus integrantes se organizaron para salir a aventurarse en los campos del arte en esta parte del país.
            Todo comenzó allá, por la década del 40 cuando un grupo de jóvenes se reunió en Tucumán y lanzó su desafiante grito de guerra: “tenemos conciencia de que en esta parte del país la literatura nace con nosotros”. Como después lo declararon, sabían que se trataba de una bravuconada para provocar a sus mayores, que les precedían entre quienes esperaban hacerse reconocer.
            De hecho, cuando volvieron a Salta, fueron a buscar al principal representante de la generación precedente. Las visitas fueron varias pero –como dice el viejo refrán- “para pelear hacen falta dos” y el viejo poeta, más condescendiente que combativo, no acusaba impacto de los ataques y, más bien, dio su bendición a los jóvenes, alentándolos a escribir.
            Consideramos que esa lección de magnanimidad de parte de Juan Carlos Dávalos dejó honda huella en los poetas de “La Carpa” en Salta y en la generación siguiente, lo que se puede ver en el “Prólogo” a Copajira, por ejemplo, donde el viejo poeta celebra el libro de nuevo escritor.
            Cuando ese patriarca de las letras de Salta –a cuya casa acudían los aspirantes para recibir consejos y bendiciones- se fue en 1959, su lugar imaginario fue ocupado por Raúl Aráoz Anzoátegui. El cabello y la barba junto a la pipa le daban la solemnidad que requería tal imagen.

… pelo y barba blancos (aunque no tan blancos como ahora), una voz serena, grave sobre todo al recitar algún poema, y una pipa que bajaba y subía acompasadamente. La escena transcurría en Limache… (Sylvester; 1985: 9)

Su presencia en las actividades públicas de las letras de Salta se volvió icónica, pues su imagen casi totémica otorgaba la sacralidad que el hecho cultural requería. Sin embargo, es oportuno aclarar que la suya no era sólo un presencia figurativa de carácter simbólico, sino que su participación como difusor de la cultura y de los nuevos escritores se hizo a través de las radios y los diarios en los que trabajaba como periodista y a través de su imprenta, en la que dio cabida a las primeras producciones literarias de los que luego serían denominados la generación del ’60: Walter Adet, Jacobo Regen, Carlos H. Aparicio, Miguel Ángel Pérez y Juan José Hernández.

Academia y escritores
            La vinculación entre los escritores de Salta y las instituciones académicas, a pesar de los rumores de enfrentamientos y desavenencias, en general fueron buenas. Tanto con la Academia Argentina de Letras como con las universidades. En particular el vínculo con las universidades fue creciendo desde el momento en que “La Carpa” cobró vida. Sucede que en el NOA, desde la década del 40 en adelante los jóvenes de las provincias del NOA fueron a la Universidad Nacional de Tucumán en busca de un futuro profesional y algunos de ellos volvieron con sus títulos universitarios. Por ejemplo, Sara San Martín de Dávalos –reconocida poeta del grupo- ejerció la docencia universitaria en Salta en la sede que estableciera la U.N.T. como precedente de la Universidad Nacional de Salta.
            Cuando se fundó la Universidad Nacional de Salta en 1973, no se desvinculó de los escritores de “La Carpa”, el mismo Manuel J: Castilla es el autor del lema que figura en el escudo universitario: “Mi sabiduría viene de esta tierra”.
            En 1995 la Universidad Nacional de Salta y la Universidad Católica de Salta otorgaron a Raúl Aráoz Anzoátegui el título de Profesor Honoris Causa, en el momento en que se recordaba el quincuagésimo aniversario de la publicación de su primer libro, Tierra altas. Desde luego que aún antes de recibir esos reconocimientos académicos ya era convocado por las universidades para integrar jurados, paneles y disertar en cátedras o congresos.
             Con respecto a la Academia Argentina de Letras que mencionáramos al principio de este apartado, en 1994 sesionó en Salta y en esa oportunidad fue don Raúl el encargado de dar un discurso en el que reseñó la presencia de los escritores locales en la prestigiosa institución nacional.

La prosa no le fue ajena
            Cuando nos referimos a “La Carpa” en general, tendemos a vincularla a la producción lírica, sin embargo en el grupo original hay músicos y plásticos, pues se trató de todo un movimiento cultural de renovación, que aún luego de su dispersión continuó su desarrollo programático en todas las áreas que lo integraban.
            Por ello, aunque indudablemente todos reconocemos y recordamos a Raúl Aráoz Anzoátegui por su obra poética, no fue ésa su actividad exclusiva en la literatura ya que alguna vez publicó Dos cuentos casi fantásticos (1995), fue convocado como antólogo, presentador y conferencista, actividades que lo derivaron a poner por escrito sus intervenciones en forma de ensayos.
Por el ojo de la cerradura fue publicado en 1999 por Ediciones del Robledal, como un libro de ensayos, reuniendo textos de diversa procedencia, algunos ya habían si publicados con formato de libro como Los escritores argentinos y el problema de la incomunicación (1961) y Tres ensayos de la realidad (1970) o dentro de otros textos como “Encuesta a la literatura argentina contemporánea”, mientras otros permanecía inéditos y ésa fue una buena oportunidad para disponer de ellos en un conjunto que permitía seguir sus reflexiones sobre la literatura, desde la constitución de la “La Carpa” hasta la actualidad.
            En 1980 el Centro Editor de América Latina estaba abocado a conformar un nuevo mapa de la literatura argentina y en su último tomo se dedicó a encuestar a los escritores del país. Esa encuesta tenía un formato estándar y fue enviado por correo a lo largo y lo ancho de la Argentina, uno de los que respondido a la convocatoria fue don Raúl y ya que el Tomo VI de esa Historia publicada en 1982 se volvió difícil de conseguir, reprodujo las respuestas en su libro Por el ojo de la cerradura junto a otra que le hiciera tiempo después la Revista Cultura de Buenos Aires en 1984, facilitándonos un acercamiento a su propia versión de su inicio en la literatura y sus proyectos.
            Raúl Aráoz Anzoátegui tuvo una destacada trayectoria en la cultura de Salta que hemos tratado de sintetizar en dos áreas:
Su legado escrito, compuesto por:
POESÍA: Tierras altas, 1945; Rodeados vamos de rocío, 1963; Panorama poético salteño, 1963; Poemas hasta aquí, antología poética, 1967; Pasar la vida, dos ediciones: 1974 y 1983; Obra poética, 1985; Breve inventario poético, 1992; Antología poética, en la colección de Poetas Argentinos Contemporáneos del Fondo nacional de las Artes, 1997; Confesiones menores, inédito.
PROSA: Tres ensayos de la realidad, 1971; Medallones del milagro, 1971; Dos cuentos casi fantásticos, 1995; Por el ojo de la cerradura, 1999.

Una vida ligada a la cultura
            Seguir el recorrido vital de Raúl Aráoz Anzoátegui es acompañar el desarrollo cultural de Salta en la segunda mitad del siglo XX, marcando los vínculos con la generación precedente y con las que le siguen. Fue Director General de Turismo y Cultura de su Provincia, Director de Radio Nacional de Salta, Miembro en Buenos Aires del Directorio de Argentina Televisora Color y, por último, Director General de Cultura de la Municipalidad de Salta.
            Su vida fue el testimonio de una transición entre un modo de consagración en el ámbito provincial. Desde aquella a través de la “bendición” otorgada” por el patriarca, Juan Carlos Dávalos, la participación en las tertulias y la publicación en los diarios y semanarios editados por parientes y amigos, a una que pasa por la vinculación con las instituciones culturales y educativas nacionales y provinciales.
            “La Carpa” estuvo en ese gozne de transición, entre su punto de lanzamiento en torno a la Universidad Nacional de Tucumán y la bendición de Juan Carlos Dávalos, pero ellos mismos fueron quienes propiciaron el desarrollo de la universidad en Salta y de una incipiente industria editorial preocupada por publicar a los escritores reconocidos y dar su aliento a los incipientes.


Mito y leyenda en Salta

Mito y leyenda en Salta
            El Folklore abarca diversos aspectos de la dimensión humana como ser las creencias, las costumbres, y las tradiciones de una comunidad y, como cualquiera de ellas, Salta fue creando con el paso del tiempo las leyendas que requiere toda comunidad para dar cohesión a su mundo simbólico.
No se trata de un fenómeno privativo de nuestra sociedad, puesto que desde que la humanidad se ha constituido como tal ha construido en torno suyo un universo simbólico que dota de sentido al entorno y a sus acciones. Es lo que la semiótica de la cultura ha llamado una semiósfera, tan necesaria para la vida humana como lo es la biósfera para el resto de las especies con las que compartimos el planeta.
            Sucede que el hombre se mueve en el universo del sentido y por lo tanto trata de dar explicación a todo su entorno y sus acciones y ese impulso de la especie es lo que ha creado las instituciones como la religión, la filosofía, la literatura y las distintas ciencias, cada una con sus mitos y leyendas.
            En primer lugar debemos tratar de restar ambigüedad a los términos que estamos empleando porque su diversidad de acepciones implica distintas valoraciones.
Según la definición de diccionario se entiende:

mito1. (Del gr. μῦθος). m. Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad. || 2. Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal. || 3. Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima. || 4. Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen.

leyenda. (Del lat. legenda, n. pl. del gerundivo de legĕre, leer). f. Acción de leer. || 2. Obra que se lee. || 3. Historia o relación de la vida de uno o más santos. || 4. Relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos. || 5. Texto que acompaña a un plano, a un grabado, a un cuadro, etc. || 6. ídolo (ǁ persona o cosa admirada con exaltación). || 7. Numism. Letrero que rodea la figura en las monedas o medallas. || ~ negra. f. Opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI. || 2. Opinión desfavorable y generalizada sobre alguien o algo, generalmente infundada. 

            Pero en estas definiciones no podemos apreciar como a lo largo del tiempo esos términos fueron cambiando su valoración, pues en los albores de la civilización los mitos y las leyendas tenían un valor explicativo comparable en nuestros tiempos al que se le atribuye al discurso científico.
            Los conocedores de los mitos y las leyendas en las comunidades primitivas –y ágrafas- eran iniciados que sabían recitarlos de memoria para dar sentido a los fenómenos de la naturaleza o a las acciones de los hombres.
            Muchos de los relatos que llamamos mitos y leyendas se originaron en hechos concretos con protagonistas reales que con el paso del tiempo se fueron esquematizando y magnificando hasta adquirir una dimensión atemporal.
            Por ejemplo el mito de Prometeo que roba el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres tuvo un posible origen en los albores de los tiempos cuando alguien aprendió a controlar el fuego y le permitió a la humanidad perder el miedo a la oscuridad de la noche y las cavernas. Ese hombre que le lego esa gran conquista a la humanidad si no es un dios o un semidiós, merece serlo.
            Esos corpus de mitos y leyendas fueron los que compusieron las primeras religiones y que con la aparición de la escritura conformaron los libros sagrados que fundaron las grandes religiones con gran vigencia hasta la actualidad.
Con la aparición de la filosofía y de las ciencias los mitos y las leyendas cayeron en descrédito, especialmente aquellas que no se habían incorporado a las grandes religiones y fueron puestas en juicio como creencias infundadas y combatidas en nombre de un conocimiento más acertado del mundo. Sin embargo, a pesar del descrédito que padecieron, estos relatos perduraron en la larga memoria de los pueblos y migraron con ello alejándolos cada vez más de las circunstancias históricas que le dieron origen pero cuyo poder explicativo continuaba siendo efectivo ante situaciones similares.

El caso particular de Salta
Para el caso que nos toca en este particular encuentro, vale considerar que la entidad que denominamos ciudad de Salta se conformó a partir de la conquista española del territorio del Tucumán que trataba de afianzar sus dominios ante la amenaza de los pueblos indígenas y de los, más peligrosos aún, portugueses que avanzaban desde las costas del Atlántico.
Sin embargo estos territorios no estaban deshabitados y no bastaba con la simple orden imperial de fundar una ciudad, por lo tanto los españoles y criollos que se aventuraron en estos parajes debieron enfrentar a aguerridos pobladores que ya eran tenían la experiencia de haberse enfrentado al imperio Inca.
Legalmente la ciudad fue fundada por el Licenciado Don Hernando de Lerma y es a partir de ese momento que comienzan a tejerse una serie de relatos, cimentados en acontecimientos del momento, pero cuyo matiz oral y tradicional los han convertido en leyendas que la disciplina histórica enfrenta para buscar respuestas o cuestionarlos en sus afirmaciones.
Una de esas leyendas es un fragmento de una anterior que alimentó la imaginación de los conquistadores y que, aún hoy, resurge en distintas formas. Me refiero a la leyenda del dorado, aquella por la cual hay una ciudad hecha de oro –relato con distintas variantes-.
Sucede que Colón, desde que fracasó en su intento por llegar a la India, tentó a los reyes con la idea de que en estas tierras se ocultaban grandes tesoros por descubrir. Ante el requerimiento de esos tesoros a los nativos y viendo que los europeos enloquecían ante los metales preciosos, fue que alimentaron su imaginación dándoles noticias de un reino muy lejano hecho de oro.
La leyenda del dorado permitió a los nativos sacarse de encima a los conquistadores enviándolos a selvas, montañas y desiertos con guías que en algún momento desaparecían dejándolos perdidos en un territorio hostil y desconocido.
La versión de esa leyenda en Sud América está vinculada a los Incas y al rapto de Atahualpa, cuya liberación debía pagarse en metales preciosos al codicioso Francisco Pizarro. Como el descomunal rescate no logró salvar la vida del Inca, los súbditos pusieron a salvo muchos de los tesoros para que no cayeran en manos españolas. Desde entonces se supone que hay en alguna parte en lo alto de las montañas, en lo profundo de alguna selva o incluso debajo de la tierra, una ciudad que alberga todos los tesoros que ocultaron los incas.
En Salta, una versión adaptada de esa historia es la de los tesoros escondidos, o “tapados”, dejados por los nativos de la zona ante la invasión española que murieron sin revelar su escondite.
Otra leyenda está directamente vinculada con el fundador de Salta, que en su momento bautizó la ciudad con su nombre pero que al cabo de los años fue borrado de la memoria hasta quedar el nombre que actualmente utilizamos.
Sucede que de los documentos que quedaron de aquellos tiempos se puede reconstruir todo un proceso legal que terminó con la destitución y encarcelamiento de Lerma por su enfrentamiento con la institución eclesiástica.
La leyenda negra de Lerma dice que era un déspota, que abusaba de sus poderes de gobernador explotando a los nativos sometidos e imponiendo pesadas cargas impositivas a los criollos que poblaban Salta y que lo único bueno que hizo fue fundar Salta porque el Virrey Toledo se lo encomendó.
Discernir qué hay de cierto en esta leyenda y que de fabulación corresponde discernirlo a la disciplina histórica, pues la leyenda por sí misma es prácticamente desconocida para las nuevas generaciones de salteños.
La leyenda de los tesoros escondidos en Salta o “tapados” tuvo una serie de actualizaciones posteriores:
-Con la expulsión de los jesuitas, a fines del siglo XVIII. Se tejió la leyenda de que aquellos denodados evangelizadores habían conquistado el corazón de los indígenas y ellos a cambio de la Santa Fe les habían entregado sus metales preciosos. Cuando el Imperio Español disolvió la orden, los sacerdotes en su huida ocultaron los metales convertidos en imágenes y elementos litúrgicos en las montañas.
-En el siglo XIX nuestra provincia fue abatidas por varias guerras, las de independencia y las civiles por lo que las acaudaladas familias de Salta, ante el temor de los saqueos de los sucesivos invasores, optaron por sepultar sus tesoros. Dicen las leyendas que abrevan en la historia que algunos adinerados se enterraron con sus riquezas encargando a sus sirvientes que los desenterraran después de los saqueos; pero, al morir en manos de los frustrados invasores dejaron a sus señores tapados vivos con sus fortunas sin que nadie supieran donde estaban.
Las gruesas paredes de las construcciones antiguas, los profundos aljibes y los innumerables cerros fueron el refugio de esos tesoros que durante años los “buscadores de tapados” inquirieron durante generaciones con mayor o menor suerte. Y la leyenda dice que estos tesoros ocultos se manifiestan de distintas formas y no dejan de asustar a los vivos hasta que el justo sea capaz de liberar la maldición de la codicia.

Otras leyendas
Muchas otras leyendas también fueron desplazadas al olvido por el crecimiento de la sociedad urbana que fue desechando el conocimiento tradicional de los ancestros que se transmitía en forma oral. Dicho de otro modo, ¿quién presta oído en estos momentos a los relatos de los abuelos? Prácticamente nadie, porque se consideran más valiosos los conocimientos impartidos por el sistema escolar y más entretenidos los medios de difusión masiva.
En las generaciones del siglo pasado anteriores a la televisión multicanal hubo una etapa de transición entre el saber tradicional de transmisión oral y los nuevos medios.
Un ejemplo de ello es la literatura con obras de reconocidos escritores como Juan Carlos Dávalos, Emma Solá de Solá, Federico Gauffin y Ernesto Aráoz, entre otros, que pusieron por escrito esas leyendas, explícitamente o reescribiéndolas y entramándolas en otros relatos.
Por otra parte en la radio de banda AM que aún hoy se transmite desde Salta Capital, hubo escritores que se encargaron de llevar el relato oral más allá del alcance del limitado círculo hogareño. El caso más recordado es el César Fermín Perdiguero, escritor que durante años mantuvo una columna en diario El intransigente y la audición radial “Cochereando en el recuerdo”. En ambos espacios periodísticos rescataba anécdotas y leyendas de una ciudad que estaba creciendo más rápido de lo que podía retener sus relatos orales.
Entre las leyendas que supo mantener vivas estaban la de la mulánima, la salamanca, la viuda, el familiar y el duende. Las tres no son nativas de la zona sino que llegaron junto a las armas y los utensilios de los conquistadores.
La mulánima o alma mula tiene muchas variantes pero básicamente es la maldición que cae sobre la mujer que tiene amores ilícitos, ya sea con el cura, el compadre o el cuñado. Según la versión salteña el alma en pena convertida en mula corría por las calles de la ciudad durante las oscuras noches de invierno, tirando fuego por la boca y haciendo chispear el empedrado a su paso. Ante ella los pobladores de la noche debían buscar refugio en algún lugar consagrado. Por suerte Salta siempre tuvo varias iglesias para proteger a los vigilantes que caminaban las calles o a los trasnochados de las juergas.
La viuda era otra alma en pena, la de una mujer cuya marido infiel había muerto y por ello no encontraba paz, por lo que hizo un trato con el diablo para vivir eternamente vengándose de su marido en los hombres infieles. Así es que vestida con su ropa negra deambulaba de noche para seducir a los incautos con su cuerpo voluptuoso y sensual. Cuando el hombre seducido se acercaba para abordar a la solitaria mujer que paseaba en la oscuridad se encontraba con un rostro cadavérico y en descomposición que trataba de besarlo ocasionando la muerte del frustrado Don Juan.
            La salamanca más famosa de Salta estaba ubicada en la quebrada que hay entre los cerros Veinte de Febrero y San Bernardo y allí iban políticos, jugadores, bailarines y músicos a hacer contratos con el diablo para que nadie los superara en su arte.
            La leyenda del contrato con el diablo surge en la edad media, como la misma figura del diablo que viene a la tierra a tentar a los hombres pues así puede arrebatarle las almas a Dios.
            En la España medieval los moros ocuparon gran parte del territorio y luego de siglos de luchas los cristianos controlaron la Península, uno de esos territorios fue la provincia de Salamanca, en cuyas cuevas se decía que los moros practicaban la brujería y convocaban al diablo. Esa idea de las cuevas como lugares en los que se puede tratar directamente con el diablo fue la que engendró la versión nacional llamada solamente salamanca.
            El familiar si bien tuvo y aún hoy tiene mayor vigencia como una leyenda rural, hasta hace pocas décadas tuvo vitalidad en la ciudad y está vinculada a la leyenda anterior del contrato con el diablo.
            Sucede que el contrato con el diablo requiere de la entrega del alma como pago por los beneficios concedidos, sin embargo. Hay una variación en el contrato para evitar entregar la propia alma y es saciar al diablo con las almas de otros, de ese modo se prorroga la validez del contrato. La entrega de almas se puede hacer con la entrega de víctimas que mueren misteriosamente y cerca de ellos se ve a algún animal de características especiales. A ese animal se le llama familiar y en la zona rural puede tener la forma de un toro, un perro, un tigre o hasta un caballo, mientras que en la ciudad el animal es una gran víbora, generalmente cubierta de pelos, un perro o hasta el típico gato negro. Decía que es una leyenda con vitalidad porque hasta hace poco escuché explicaciones al triunfo en empresas comerciales, políticas y artísticas atribuyéndolas a contratos con el diablo.
            En la década de 1970 se decía que Daniel Toro debía su habilidad para componer y ejecutar su música a un contrato con el diablo que no pagó a tiempo y por eso le quitó la voz. En la década de 1980 se decía que Roberto Romero había ascendido desde la pobreza hasta convertirse en gobernador por un contrato con el diablo y que prueba de ello era que cada vez que encaraba una nueva empresa alguien moría para pagar su tributo al diablo.
            No nos olvidemos de los duendes que acompañan al hombre en todas las culturas sólo con algunas variantes y con distintas acepciones. En Salta la versión legada por Europa a través de los conquistadores españoles se fusionó con la prehispánica, dando la imagen de un niño de sombrero grande con una mano de lana y otra de plomo que siempre anda haciendo travesuras en la casas, especialmente si tienen higueras en los patios u horno de barro en el fondo.
La leyenda dice que aparecen a la hora de la siesta, cuando los adultos duermen, y juegan con los niños, tratando de llevarlos a su mundo. Las formas de evitarlo es arrojarle estiércol o amenazarlo con el látigo o el cinto del hombre de la casa. Como los hábitos de descanso y la disposición de las casas actuales han cambiado reduciendo los espacios para árboles y hornos, se puede decir que los duendes están en vías de extinción, pero por las dudas siempre bautizamos a nuestros hijos para evitar que este ser fantástico se los lleve.
            Aunque me he encontrado con nuevas versiones científicas que tratan de explicar por qué los duendes han tenido una vigencia tan larga en la historia de la humanidad y dan explicaciones como que eran una raza de pigmeos europeos ya extinta o de extraterrestres –por ello su forma pequeña y su aspecto humanoide- todavía la ciencia no explica la sensibilidad del duende al estiércol y al látigo del hombre de la casa.

            Casos personales
            Hay casos de personas que alcanzaron dimensión legendaria. En nuestra provincia el más conocido es el de Güemes cuya fama y hazañas parecieran fruto del realismo mágico de la literatura latinoamericana, sin embargo se trata de hechos corroborados por la ciencia histórica y por lo tanto se trata de uno de esos casos en los que la realidad superan a la ficción.
            Hay otros héroes de aquellos tiempos que tienen casi la misma dimensión legendaria. Por ejemplo Juana Azurduy cuyas hazañas fueron poetizadas por Félix Luna en una cueca musicalizada por Ariel Ramírez. Su personaje en la película de Leopoldo Torre Nilsson “Güemes: la tierra en armas” fue protagonizado por Mercedes Sosa.
            Juan Antonio Álvarez de Arenales, cuyo sobrenombre ha quedado en la historia popular. Era conocido como “El Hachado” porque estaba cruzado de cicatrices ya que se lo había dado por muerto en más de una batalla. Por algo el monumento en el medio de la Plaza 9 de Julio está dedicado a él.
            Luís Burela fue el caudillo que encabezó la resistencia gaucha después de que las derrotadas tropas del Ejército del Norte se retiraron. El gauchaje aún recuerda que cuando estaban reunidos deliberando el modo de resistir el avance realista alguien preguntó con qué armas iban a luchar y entonces el caudillo contestó “¡con las que les quitemos!”.
            En el siglo XX hay casos muy particulares que pasaron a la dimensión de la devoción popular. Uno es el de la difunta Juana Figueroa, nacida a fines del siglo XIX y asesinada por su marido el 21 de marzo de 1903. De ella se dicen muchas cosas: que era hermosa, que una gran bondad habitaba en su alma, pero que no fue fiel a su hombre. Se dice que el marido la hirió mortalmente y la arrojó moribunda a un canal cercano al cementerio, donde terminaba la ciudad en aquel tiempo. Se dice que la señora estaba embarazada y que agonizó durante días en ese abandonado lugar. Cuando el cadáver fue descubierto se le comenzó a rendir veneración y se ha establecido una suerte de culto que pasa de generación en generación, en especial los días lunes en un santuario ubicado en el canal donde -según la tradición- murió.
El escritor jujeño Jorge Calvetti le escribió dos glosas, con lo que quedó testimoniada por la literatura:

La Juana Figueroa

Glosa I

Alma que pena y no pena.
Alma que llora y no llora
así dicen que es el alma
de la Juana Figueroa.

Así como pudo ser
de tantos y tan ajena,
así dicen que es la Juana
alma que pena y no pena.

Que se oye al atardecer
y otras veces a deshora
una voz diciendo que es
alma que llora y no llora.

Que encuentra en el fuego frío
y en las tormentas la calma.
(Lo mismo que era su cuerpo
así dicen que es el alma).

Mucha y poca, blanda y dura,
cielo y tierra, santa y loca,
así me han dado las señas
de la Juana Figueroa.

—Nadie buscaba aquí lo que encontraste:
la certeza,
por eso no estás muerta.
La carne mendigaba también entonces
y tú vivías en el destino de los hombres
como el viento que se envuelve, apasionado, en
los árboles
y siempre cede y calla.
Alma que eras un cuerpo,
acompañada y sola te verían,
como ahora que te nombro
mientras el tiempo te hace reverencias.
Cuando paseabas por el campo,
¿Fueron la fácil sed, el acto, los deseos,
las anónimas flores que hoy crecen en tu tumba?
¿Eras una mujer,
¿O eras, como la vida,
una dádiva loca que todos devolvían temerosos,
porque enloquece, a quien, de veras, la recibe?
¿Eras la santidad, alegría de los otros,
o la inocencia que se ignora?
¿O creerías, acaso,
que era tu misión sobre la tierra
devolver, como las rosas,
la caricia del sol que les dio vida?


—“Hombres igual que muertes
me llevaron callados;
como con una marca
con placer me marcaron;
y una noche de luna,
de galopes y abrazos,
destrozaron mi cuerpo
como se quiebra un vaso”.

—Oh tierra donde todos sembraron
eras el todo-amor, toda-de-amor, por eso
lucero de infortunios,
la muerte recogió en los caminos,
los esparcidos días de tu corazón.

—“La muerte como un hombre
se ha acostado conmigo;
pesa sobre el silencio
como un cuerpo dormido;
yo voy con la memoria
y los ojos perdidos,
hundiéndome en las sombras
de un país infinito”.

—Porque amabas te amaron.
Tu amor era una antorcha
que los hombres alzaban para quemar tristeza.
Con ella se hacían señas
de cerro a cerro, de placer a placer, de pena a pena,
y un día —oh menesterosa— de quietud te vistieron
y tristes lunes para siempre.

—“Voces color de olvido
me han robado los sueños;
nubes color de noche
me escondieron el cielo;
de todo lo vivido
sólo me queda un eco
que despiadadamente
me repite que he muerto”.


Glosa II

Ando ciego y vivo triste
porque siempre estoy pensando
que me sigue acompañando
la sombra de lo que hiciste.

Porque una vez me quisiste
ya no te pude olvidar
y hoy que te quiero mirar
ando ciego y vivo triste.

Yo te he de seguir amando
—esa es la ley del amor—
aunque crezca mi dolor
porque siempre estoy pensando

que hubo un cómo y hubo un cuándo
que terminaron conmigo
y hoy tu sombra es el testigo
que me sigue acompañando

Ando ciego y vivo triste,
ya no tengo claridad,
me nubló la humanidad
la sombra de lo que hiciste.

Otro caso de un alma milagrosa consagrada por la devoción popular es la de Pedrito Sangüeso a quien los estudiantes solían apromesarse llevándole sus carpetas y cuadernos como ofrendas al cementerio.
Pedro Pablo Sangüeso fue violado y brutalmente asesinado el 19 de mayo de 1963 cuando contaba con seis años de edad. Aparentemente el padrastro fue el autor de este crimen, fue acusado y estuvo varios años en prisión. No existen demasiados detalles sobre la vida de este niño y algunos aspectos se deducen de las placas que se dejaron como homenaje en su tumba en el cementerio de la ciudad de Salta.

            Hay muchas otras leyendas que se tejen en torno a personas y lugares, como el Cerro San Bernardo, y otros que aún están en formación y que son motivo de libros que están por escribirse. Ese es el desafío de las nuevas generaciones.