PEDAGOGÍAS VIAJERAS. NARRATIVAS DE FORMACIÓN DOCENTE
De Elizabeth Carrizo y Marcela Arocena
Primera Edición
CAIE IFD N° 6005 (CENTRO DE ACTUALIZACIÓN E INVESTIGACIÓN EDUCATIVA)
Salta, Diciembre 2011
Cuando Marcela y Elizabeth me encargaron la tarea de hacer la presentación de este libro vinieron a mí un par de recuerdos. Uno concitado por un diálogo con mi hija a propósito de la definición de una vocación y recordé La breve historia de tiempo de Stephen Hawkins que a través de un relato explica la teoría astrofísica más compleja del siglo XX.
Por otra parte recordé que hace unos días volví a ver una película de Jean-Jacques Annaud, La guerra del fuego (1981). Éste director es un gran recreador de épocas y esta ficción nos traslada a la más remota prehistoria, cuando el hombre atesoraba el fuego que aún no sabía producir. La peripecia comienza cuando una tribu ataca a otra y le apaga el fuego, entonces comisionan a un grupo para que consiga nuevamente fuego. Una parte que me fascina de esa ficción es que casi al final, cuando los buscadores del fuego regresan a la tribu, todos celebran y parte de la celebración es el relato de su propia aventura. El lenguaje es muy elemental, más gruñidos que palabras, acompañados de gestos y mímicas, pero lo importante es que allí hay un relato. Podemos conjeturar que Prometeo fue uno de ellos, no un dios, sino un hombre que nos legó el fuego, nos sacó de las cavernas y nos hizo dominar nuestros temores. Por obra de los relatos ese hombre se inmortalizó como un dios en una bella metáfora que habla de nuestra rebelión como especie ante nuestras limitaciones.
Desde la más remota antigüedad la especia humana guardó y transmitió información en forma de relatos que han creado un tiempo y un espacio mítico en el que los nuevos miembros de la especie comparten las experiencias de sus mayores, que, en el acto de narrar, recuerdan los momentos que vivieron y dejaron huella en sus existencias.
Por motivos de falta de apoyo institucional a la tarea docente, un colega me pidió una ayuda y yo recordé las lecciones de Konrad Lorenz que a través de la etología nos enseñó que una de las diferencias entre nosotros y los otros homínidos es que si bien a ellos les interesa aprender –basta que un monito realice una tarea para que otro se acerque curiosamente y trate de imitarlo- sólo a la especie humana le interesa enseñar. Es por ello que hemos creado la educación en sus distintas formas.
De todo esto se desprende que tanto narrar como enseñar son conductas inherentes y definitorias de la especie humana.
En este libro dirigido por Elizabeth Carrizo y Marcela Arocena se reúnen esas dos improntas que nos definen: narrar y enseñar.
Hoy, a principios de la segunda década del siglo XXI, cuando convivimos con las computadoras -lo que para muchos de nosotros era un sueño de la ciencia ficción- estas docentes han tomado uno de las tecnologías más antiguas de la humanidad: el relato.
Esta vieja herramienta, más antigua que el fuego, les permitió a los humanos construir la cultura y lo que llamamos civilización y es tan eficiente que hoy sigue mostrando su poder transformador. Porque a diferencia de otros inventos, está incorporado a nuestro modo de pensar, entender y hacernos entender.
Pedagogías viajeras puede ser considerado un libro y por lo tanto, parafraseando a Borges, es un volumen, una cosa entre las cosas, ocupa un lugar en el espacio y transcurre en el tiempo, como todos nosotros y lo que nos rodea, pero al abrirlo se abre para cada uno de nosotros la posibilidad de un encuentro que puede ser mágico, aunque también cabe la posibilidad de que sea desafortunado. Todo libro es una posibilidad.
Desde mi modo de leer, Pedagogías viajeras no es un libro, es muchos libros, pues se puede leer tanto un conjunto de relatos, una compilación, como una novela o como una gesta en la que dos soñadoras vuelven a cabalgar contra nuevos molinos de viento para que los lectores se pregunten cuáles son los límites de la realidad; o si quieren pueden leerlo como un aporte al campo de la pedagogía, un aporte a la formación del docente. Pues también puede ser un libro que lleve a reflexionar sobre qué es ser docente, qué es ser estudiante, ver qué experiencia del otro puede ayudarme a comprender mi propio proceder.
Para las perpetradoras de esta aventura:
“Este libro, a través de las voces de los profesores Elizabeth, Marcela, Sira y Daniel, permite redescubrir la particular vinculación entre narración y educación donde el profesor es maestro. Éste, desde su experiencia vivida y su apuesta docente, contribuye a la transformación de sus alumnos.”
“Pedagogías Viajeras se presenta como un modo de exploración, transita por recorridos impresionistas, sin la pretensión de fijar ni un saber ni un hacer, sino mas bien presenta un desafío, el de construir una tarea común, en términos de proyecto, de ir todos juntos dándonos cuenta de cómo ir construyendo un horizonte de sentido.”
http://itinerariospedagogicos.blogspot.com/
viernes, 23 de diciembre de 2011
viernes, 29 de julio de 2011
Falleció un héroe
EN SILENCIO PARA LA HONRA Y EL HONOR
Falleció Carlos Robacio, contraalmirante: 74 días en Malvinas
En la Argentina de la impunidad, la falta de valores y la extrema corrupción, falleció un héroe anónimo de una guerra de la cual él no tuvo culpa, sino que ofrendó sus servicios de un militar cuyo nombre guardará la historia en algún lugar que llegó a confesar: "Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hombre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle. Pero en Malvinas no pude tener miedo".
por JORGE HÉCTOR SANTOS
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). De la locura de la guerra de Malvinas no tienen culpa quienes participaron. Ellos son héroes no reconocidos por una sociedad que no los tiene en cuenta. Perdieron porque no podía ganar frente a un adversario por demás poderoso pero cumplieron con su deber.
Uno de ellos acaba de fallecer, su nombre Carlos Robacio, marino con el grado de contralmirante. Perteneció a nuestras instituciones militares que merecen el mayor respeto, por más que algunos integrantes como en todas las organizaciones hayan traspasado las fronteras de los derechos que deben ser respetados.
Robacio es el típico argentino que, en silencio, hizo, tal como hacen y seguirán haciendo la mayoría de sus ciudadanos, aquellas tareas devaluadas en una sociedad con los valores subvertidos, donde los ignotos trabajan, estudian mientras los delincuentes sobresalen impunes y hasta reconocidos como los ‘piolas’ de una película equivocada.
El contraalmirante muerto relató sus días en Malvinas de la siguiente forma:
“Tenía a mi mando 700 hombres del batallón, y alrededor de 200 efectivos del Ejército, con los que luchamos en el momento más crítico y más feroz del ataque británico; pese a ello, se registró un grado increíblemente ínfimo de bajas: 30 muertos y 105 heridos. Como contrapartida, les provocamos al enemigo el más alto número de muertos: aunque no lo reconocen oficialmente, en la zona donde peleó el BIM 5 los británicos perdieron 359 hombres. ¿De dónde saco esa cifra? Ellos mismos me la dijeron.
De los 74 días que pasamos en Malvinas, 44 recibimos fuego permanente sin poder responder. Sólo los 4 ó 5 últimos días fueron de real combate para nosotros. Recuerdo un momento del último día, el 14 de junio, a las 10 y media de la mañana. Era un momento muy crítico. Nos estábamos replegando sobre Sapper Hill, desde Tumbledown y Williams. Veo que el segundo comandante, Daniel Ponce, capitán de fragata, cae, agotado, rendido. El fue un segundo comandante perfecto, un ejemplo. Cuando cae, dos conscriptos van a auxiliarlo. No estaba herido. Estaba agotado, no podía más. Ponce ordena a los conscriptos que lo dejen. Ellos le dicen: "Si hay que morir, morimos los tres". Lo ayudaron, lo levantaron, lo llevaron y los tres salieron con vida. A esto yo le llamo cohesión.
Todos sabían lo que estaban haciendo. Me conmovió la entrega del subteniente Silva, del Ejército, que se incorporó a mi unidad cuando se replegó el Regimiento 4. Silva era un valiente. Vino y me dijo que lo destinara en el lugar donde se iba a luchar más duramente. Fue a Tumbledown. Murió con sus 4 soldados, peleando con la mayor bravura. Allí estaban los escoceses (muy buenos, como los paracaidistas ingleses) y los famosos gurkhas, que eran pura propaganda. Caían como moscas. También recuerdo a un conscripto que desobedeció mis órdenes. En un momento del combate en que los británicos eran rechazados, él corrió detrás de ellos, baleándolos sin parar. Yo le ordené que se detuviera. Pero él siguió. El fuego enemigo lo alcanzó y cayó muerto. Yo mismo lo enterré, estaba a 500 metros delante de las posiciones en que debía estar y rodeado de enemigos muertos. Actos de arrojo así hubo a montones, aunque no por desobedecer mis órdenes.
Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hombre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle. Pero en Malvinas no pude tener miedo. No pude tenerlo porque creo que Dios no me dejó tenerlo, y la preocupación por mis hombres, su entrega, obviamente no me podían permitir el privilegio de tener miedo.
Sí sentí amargura. Ha sido la más grande amargura de mi vida, en dos momentos críticos: uno, cuando tuve que ordenar el inicio del repliegue hacia Sapper Hill; y el segundo, terrible, cuando entró mi batallón, desfilando, armas al hombro, entero, a Puerto Argentino. Eso significaba la rendición. Ahí aflojé. Más de uno me habrá visto llorar.
A las 3 de la madrugada del 14 de junio hicimos uno de los contraataques más intensos contra el enemigo, en Tumbledown, junto con la compañía de Ejército del mayor Jaimet. Ellos son los que chocaron con los famosos gurkhas.
Los nuestros eran más o menos 150 hombres. Ellos eran entre 800 y 1.000. Allí concentré fuego de la artillería del Ejército (de los grupos 3 y 4, que me apoyaron indiscriminadamente, con el coronel Balza y el coronel Quevedo). Según me contó luego el general inglés Wilson, de la Quinta Brigada -con quien conversé cuando estuve prisionero- allí sólo quedó un tercio en pie. Los barrimos. Aunque ahora lo nieguen, fue así.
Todo un regimiento de ellos chocaba contra 60 u 80 hombres míos, y los bajamos sin asco, y los paramos. Una de las preguntas que me hicieron fue por qué no había contraatacado, si les habíamos quebrado el ataque. Yo tenía a la compañía Mar lista para el contraataque. Pero la realidad es que, cuando podíamos hacerlo, ya no teníamos munición. Por otra parte, había llegado la orden de repliegue. Sobre nuestras posiciones caían mil proyectiles de obuses por hora, además del bombardeo naval, más los aviones y los helicópteros. Era tremendo. Así y todo, podíamos haber contraatacado, de haber tenido un poco de munición. Pero no hubiera cambiado el curso de la batalla. La suerte estaba echada.
Claro: los ingleses no sabían mi situación real. Esperaban el contraataque nuestro. Rezaban, me dijeron, para que no contraatacáramos. Pero. ¿Con qué?... Cuando les conté que nosotros éramos un batallón, no lo podían creer. También recuerdo que, en el momento de decidir el contraataque, llamé a los oficiales de mi Estado Mayor y les conté mi plan. Tomé la carta e hice un esbozo de las órdenes. Ellos se miraron entre sí. No decían nada. Cumplieron.
Pero después del 14 de junio, a mí me había quedado una duda: ¿por qué se miraron entre ellos? Un día se los pregunté. Me dijeron que pensaban que yo estaba loco. Entonces, una vez que pasaron las cosas y terminó, yo seguí preguntando: ¿Y ustedes qué hubieran hecho, aún así? ‘Hubiéramos cumplido la orden. Punto’."Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La confianza. Pero quisiera destacar que en Malvinas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de nosotros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tenemos miedo, que no somos indios y que sus soldados no van a venir de pic-nic."
Claro: los ingleses no sabían mi situación real. Esperaban el contraataque nuestro. Rezaban, me dijeron, para que no contraatacáramos. Pero. ¿Con qué?... Cuando les conté que nosotros éramos un batallón, no lo podían creer. También recuerdo que, en el momento de decidir el contraataque, llamé a los oficiales de mi Estado Mayor y les conté mi plan. Tomé la carta e hice un esbozo de las órdenes. Ellos se miraron entre sí. No decían nada. Cumplieron.
Pero después del 14 de junio, a mí me había quedado una duda: ¿por qué se miraron entre ellos? Un día se los pregunté. Me dijeron que pensaban que yo estaba loco. Entonces, una vez que pasaron las cosas y terminó, yo seguí preguntando: ¿Y ustedes qué hubieran hecho, aún así? ‘Hubiéramos cumplido la orden. Punto’."Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La confianza. Pero quisiera destacar que en Malvinas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de nosotros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tenemos miedo, que no somos indios y que sus soldados no van a venir de pic-nic."
viernes, 18 de febrero de 2011
Por escrito, ni el nombre
En los últimos años asistí a las quejas de mis colegas sobre las presiones de las instituciones para disminuir las exigencias sobre los estudiantes, a tal punto que les dije:
- ¿Entonces con que esciban bien su nombre basta para que aprueben?
Pero todos me contestaron a coro:
- No, ni eso siquiera. son tan incapaces que no pueden escribir su nombre correctamente.
La expresiones me parecían una exageración hasta que tomé un diagnóstico a ingresantes a la universidad. El resultado fue un desastre, la mayoría no puede hacerse entender por escrito y ni siquiera saben escribir su nombre correctamente.
Sé que la permisibidad del sistema escolar les permitió a estos jóvenes llegar a las puertas de la universidad, pero en un estado de analfabetismo que continuar los estudios les va a significar un tremendo esfuerzo porque van a tener que subsanar una carencia que más de diez años de escolaridad no les dieron y, además van a tener que aprender los contenidos de las materias que traten de cursar.
Insisto en que creía que mis colegas exageraban la situación, pero tuve la oportunidad de comprobar que efectivamente de sesenta trabajos escritos, cuarenta no pudieron escribir sus nombres correctamente.
¿Se cumplirá la predicción de Pierre Boulle y dejaremos de ser pensantes para dejar el lugar a los simios?
Boulle, Pierre, BAJO EL PLANETA DE LOS SIMIOS.
Excelente muestra de la novelística de ciencia ficción en la que se especula sobre la involución de la inteligencia humana y su reemplazo por los simios como especie pensante y dominante que esclaviza a los hombres bestializados.
Recomiendo su lectura para quienes todavía pueden hacer uso de la lengua escrita.
- ¿Entonces con que esciban bien su nombre basta para que aprueben?
Pero todos me contestaron a coro:
- No, ni eso siquiera. son tan incapaces que no pueden escribir su nombre correctamente.
La expresiones me parecían una exageración hasta que tomé un diagnóstico a ingresantes a la universidad. El resultado fue un desastre, la mayoría no puede hacerse entender por escrito y ni siquiera saben escribir su nombre correctamente.
Sé que la permisibidad del sistema escolar les permitió a estos jóvenes llegar a las puertas de la universidad, pero en un estado de analfabetismo que continuar los estudios les va a significar un tremendo esfuerzo porque van a tener que subsanar una carencia que más de diez años de escolaridad no les dieron y, además van a tener que aprender los contenidos de las materias que traten de cursar.
Insisto en que creía que mis colegas exageraban la situación, pero tuve la oportunidad de comprobar que efectivamente de sesenta trabajos escritos, cuarenta no pudieron escribir sus nombres correctamente.
¿Se cumplirá la predicción de Pierre Boulle y dejaremos de ser pensantes para dejar el lugar a los simios?
Boulle, Pierre, BAJO EL PLANETA DE LOS SIMIOS.
Excelente muestra de la novelística de ciencia ficción en la que se especula sobre la involución de la inteligencia humana y su reemplazo por los simios como especie pensante y dominante que esclaviza a los hombres bestializados.
Recomiendo su lectura para quienes todavía pueden hacer uso de la lengua escrita.
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