viernes, 14 de agosto de 2015

La inmigración italiana. Vínculos entre la problemática de identidad: nacionalidad y representaciones de la lengua.

Inmigración/ Identidad nacional y lengua
La inmigración italiana. Vínculos entre la problemática de identidad: nacionalidad y
representaciones de la lengua.

Esp. Fulvia Gabriela Lisi -  Esp. Rafael Gutiérrez
Esp. Alicia Tissera de Molina-
 (Ciunsa – Fac. Humanidades – U.N.Sa.)
            Introducción
En este trabajo presentaremos los principales referentes teóricos que estamos empleando para el análisis interdisciplinario de los procesos sociales y lingüísticos de construcción – reconstrucción del fenómeno inmigratorio italiano a la Argentina, en modo particular en el área Noroeste del país, en Salta, y que ha contribuido no sólo a dar una nueva configuración a la sociedad local sino también una nueva imagen al país.
A tales efectos, será necesario en primera medida vincular a los esquemas identitarios la cuestión de la nacionalidad. El problema es complejo, en cierta medida contradictorio, pues no atiende solamente a la inserción de los inmigrantes italianos en la Argentina sino que se enfrenta con la propia identidad de los inmigrantes italianos, que ya está fragmentada debido a que los regionalismos estaban fuertemente radicados mientras que tanto su identidad nacional como la de los mismos argentinos estaba en proceso de formación.
Referentes teóricos
Para atender a la relación entre política inmigratoria y lingüística hemos seguido el estudio que sobre el tema ha realizado Ángela Di Tullio (2003). La autora plantea que hacia mediados del siglo XIX, la sociedad argentina está en plena construcción, relacionada con las circunstancias históricas que la afectan y cuyos proyectos manifiestan las posiciones de aceptación o rechazo de la sociedad receptora frente al aluvión migratorio: mientras una favorece una política inmigratoria de acuerdo con los postulados de Alberdi, Avellaneda y Sarmiento y que busca la integración de estos grupos heterogéneos a la vida activa de la nación; la otra pretende deseuropeizar a los inmigrantes mediante políticas de corte nacionalista, con un proyecto educativo que busca inhibir la enseñanza de las lenguas inmigratorias. Esto constituye la primera política lingüística en la historia del naciente estado argentino. La polémica entre ambas políticas frente a la inmigración se desarrolló a partir de tres cuestiones: la de la nacionalidad, la del idioma y la inmigratoria, e involucra la cuestión de la identidad colectiva[1].
La cuestión de la nacionalidad
El concepto de nación, que es tan importante para la conformación de los estados modernos, no es unívoco sino que contiene la polémica de por lo menos tres sentidos o definiciones: la definición esencialista: por la que la nación existe previamente a su organización política por el conjunto de rasgos culturales distintivos (tradiciones, prácticas sociales y lengua); la definición histórica sostiene que la nación es una unidad soberana y autónoma mientras que la definición política dice que la nación es un conjunto de instituciones y ordenamientos jurídicos.
El primer criterio concibe a la nación como una entidad ahistórica objetivamente definible ya que las condiciones étnicas son las que determinan su existencia como realidad que se impone a los hechos históricos. Son considerados rasgos esenciales que a posteriori funcionan como justificación afectiva de la creación de un Estado autónomo. Es el nacionalismo el que engendra las naciones y no a la inversa.
Desde el punto de vista del analista podemos afirmar que los sentimientos que definen la identidad nacional no surgen espontáneamente, sino que requieren una cierta dosis de manipulación. Para ello, el nacionalismo recurre a los elementos de artificio, de invención y de ingeniería social, que intervienen en la construcción de las naciones. Con lo que se corrobora que esta identidad colectiva no es, pues, un dato de la realidad. La nación concebida como una comunidad imaginada (Benedict Anderson) supone la intervención de agentes que, frente a determinadas necesidades objetivas, actúan con el propósito de crear y reforzar en el imaginario colectivo las referencias identificatorias. El nacionalismo inventa e impone este tipo de elaboraciones simbólicas a través de varios mecanismos como ser la manipulación del pasado a través de mitos; la creación de representaciones – imágenes, símbolos y ritos- que condensan y despiertan sentimientos -por ejemplo exaltación de la lengua nacional como forma privilegiada de expresar la identidad colectiva- y la conformación de una cultura pública común, expresada en prácticas sociales que se basan en acuerdos sobre los valores y las pautas que han de regir la convivencia.
En la base de la construcción de la nación, la identidad nacional y la adhesión que
provoca no emergen a partir de un acto único y definitivo, sino que se consolidan a lo largo de un proceso. El nacionalismo asume diferentes formas: desde el nacional cultural de Ricardo Rojas -que propone la tradición como fundamento intelectual y afectivo- hasta el nacional beligerante y agresivo -como el de Lugones- que lo concibe en términos de lucha contra un enemigo.
            La magnitud del “aluvión inmigratorio” que arribó a la Argentina a fines del siglo XIX fue evaluada como un problema que provocó el temor de que la sociedad no estuviera en condiciones de asimilarlo, no sólo por la exigüidad demográfica, sino también por su aún poco definida identidad cultural. La definición de los fundamentos de la nacionalidad argentina se enfrentó, a su vez, con la propia identidad de los inmigrantes.
            Entre los italianos la identidad nacional no resultaba ni la única ni la más importante. Tal vez tenía significación para la élite intelectual italiana o algunos inmigrantes del Norte pero no para los analfabetos, cuyos referentes étnicos más importantes eran las particularidades regionales y, más aún, microrregionales.
            Esta competencia entre identidades se da también en el plano lingüístico ya que el grueso de los inmigrantes hablaba dialecto, en el mejor de los casos, el italiano regional y la élite el italiano estándar[2]. El proceso de unificación del italiano fue lento y dificultoso, recién en la segunda mitad del siglo XX se impuso la variedad que ahora denominamos italiano estándar.
Por otra parte, la cuestión de nacionalidad es un conflicto provocado por sectores de la intelectualidad y del gobierno italiano: éstos concibieron proyectos expansionistas respecto al asentamiento de sus conciudadanos en Argentina. Otra visión- optimista la tenían algunos italianos que veían que la realidad de los inmigrantes italianos en Argentina no era tan promisoria. Esa imagen de inferioridad quedó cristalizada en la fórmula de Mitre: “capitales ingleses y brazos italianos”, que organizaba una clara jerarquía entre los extranjeros.
            La cuestión del idioma.
            La identidad lingüística proviene de la lengua materna, no se elige, es la lengua con la que nos identificamos y con la que los otros nos identifican. El conocimiento espontáneo, inconsciente, intuitivo que el hablante nativo tiene de su lengua es cualitativa y cuantitativamente diferente al de otras lenguas que se aprenda más tarde. La formación de la lengua nacional obedece a razones socio- políticas. Su capacidad simbólica se acrecienta por el prestigio que proviene de su condición de unificadora, en términos internos, y de identificadora hacia fuera.
El imperativo de un estado monoglósico se basaba en el supuesto riesgo de fragmentación que corría una nación en la que convivían dos más lenguas. Los límites entre lengua y nación no coinciden necesariamente, de hecho hay países como Suiza o Paraguay en los que hay más de una lengua oficial. La formación de los Estados modernos impuso la estandarización de una variedad, lo que significaba suprimir el plurimorfismo mediante la difusión de una variante supradialectal a través de la educación pública y de los aparatos burocráticos y tecnológicos. El ideal de un estado monoglósico, postulado por la Revolución Francesa, conllevaba la represión de lenguas o modalidades minoritarias –dialectos, patois, jeringonzas- que se cargaron de connotaciones peyorativas. En nuestro medio es evidente el desprestigio que tuvo el lunfardo largamente asimilado al hampa y el cocoliche.
En tal sentido, la “lengua nacional” es, como la nacionalidad, una construcción que se impone sobre la realidad lingüística heterogénea con el propósito de crear un marco de referencia común necesario para la administración y la cultura. Esta construcción parte de una base ideológica que hace sentir la necesidad de contar con un instrumento superior de comunicación, incitar a su conocimiento, a su conservación y por ello demanda mecanismos de estandarización que se manifiesta a través de diversos aparatos como el sistema educativo, la política de impresión y los distinos medios de difusión masiva.
Por otra parte, el nacionalismo europeo del siglo XIX confiere a la “lengua nacional” la función simbólica de representar la identidad nacional. Como la pureza de la lengua es entendida como una condición para preservar la identidad e integridad nacionales, se impone contrarrestar el cambio y las interferencias de otras lenguas. En el caso argtentino se consolidó una posición de equilibrio que aceptaba la pertenencia al mundo hispanohablante, pero marcaba, a su vez, las diferencias de la modalidad dialectal. Por otra parte, como ya digimos, la mayoría de los inmigrantes no eran hablantes de lenguas nacionales estandarizadas: los dialectos italianos, el gallego, el vasco, variedades vernáculas no lo suficientemente fuertes como para resistir el embate de la política lingüística pergeñada para erradicarlas llegaron en boca de los inimigrantes en su mayoría analfabetos. El español aceleró el proceso de transculturación con la consiguiente pérdida de la lengua migratoria.
La cuestión inmigratoria.
La dinámica de movimientos migratorios está vinculada a motivos económicos, políticos, afectivos y condiciones de inserción en la sociedad receptora. Esos motivos y expectativas a su vez actúan como factores que facilitan, obstaculizan o condicionan el proceso de adaptación.
            El migrante aprende a participar en distintas actividades en el nuevo país; internalizar su cultura y a crear lazos de solidaridad con nativos[3]. El éxito del proceso depende de no sólo de los inmigrantes, sino también del peso que en la comunidad huésped se otorgue a las diferencias físicas, lingüísticas y de grupo. En una sociedad moderna pluralista, el respeto por las identidades individuales y de grupo permite la coexistencia y la valorización de las diferencias. Por el contrario, para el nacionalismo conservador la batalla consistía en preservar la identidad nacional común a través de la eliminación de los rasgos diferenciales de las minorías. Este proceso no es automático ni armonioso. Las diferencias culturales, las demandas de uno y otro sector, la competencia por bienes escasos y la preservación de la seguridad en el orden social generan actitudes hostiles hacia un individuo por el sólo hecho de pertenecer a un grupo determinado. Actitu que se manifiesta en el prejuicio, plasmado en un estereotipo, socialmente legitimado, que se construye a partir de rasgos negativos que se asocian a un grupo determinado. Esa torpeza o rudeza atribuida al inmigrante se evidencia en su deficiente manejo de la lengua de la sociedad receptora; rasgo que interpreta como síntoma de inferioridad intelectual.
1)         La lengua aparece como uno de los “factores objetivos” sobre los cuales se construye la idea de nacionalidad.
2)         La lengua es sometida a intervenciones de agentes dotados del poder de decidir, regulan la valoración de los productos que se intercambian en el mercado lingüístico.
3)         Pueden surgir campañas contra la inmigración entendida como un factor disolvente de la nacionalidad y de la lengua.
Por ello los nacionalistas apelan al argumento de que la lengua nacional sufre un deterioro culpa de los “recién llegados” y, en proceso de rradicación de esa interferencia disolvente, es la lengua del inmigrante, junto con otros rasgos idiosincrásicos, la que se pierde en el proceso de transculturalización.
De allí que se busque establecer a -partir de varios estudios sociológicos e históricos- que la identidad italiana de los inmigrantes se construyó desde la inmigración, desde la patria de acogida, en el encuentro con otros italianos de otras regiones y con otros sujetos culturales. Si bien en el área noroeste del país, como en Salta los italianos forman grupos más pequeños, la intensidad del fenómeno migratorio no escapa a la renovación sustancial étnica y lingüística que altera la disposición general y tanto su referente social como el tejido lingüístico son heterogéneos y extremadamente complejos.
Insrumentos de análisis menos prejuiciosos
Para analizar la relación lingüística entre la las variedades que manejaban los inmigrantes y las de la sociedad receptora hemos buscado concpetos abarcativos que permitan explicar el fenómeno restando espacio al prejuicio social.
El ingreso de halantes de otras lenguas en la Argentina determinó la aparición, dentro de una sociedad en plena mutación, de nuevas resultancias idiomáticas, como consecuencias del contacto lingüístico.
Según Weinreich el desequilibrio que deriva de la coexistencia de un grupo de inmigración y de otro nativo monolingüe asociado a la jerarquización lingüística permite la acción de una lengua sobre la otra, dando lugar a fenómenos de interferencia (Weinreich, 1974:3), concepto que involucra "desviación" o “perturbación”. Pero si consideramos que los sistemas están relacionados genéticamente, la transferencia es el resultado de una conversión automática; los factores lingüísticos que tienen que ver con la semejanza de formas, por un lado, y, por otro, con la capacidad del hablante de mantener la identidad de las dos lenguas; con la tolerancia o no de las formas consideradas "incorrectas"; con el grado de dominio de cada lengua; con la actitud ante las mismas; con la distinción de funciones; con el modo de aprendizaje. Y también otros factores extralingüísticos tales como la homogeneidad y diferenciación del grupo, el "prestigio" social de cada lengua, el carácter de lengua nativa o de inmigración, la actitud hacia la cultura de cada una de las comunidades lingüísticas[4]. El resultado de la interacción es ese fenómeno que comúnmente se llama “cocoliche”. Según Cancellier, (……) es un pastiche lingüístico, cómico e imprevisible[5].
Por todo lo expuesto, se plantean los siguientes interrogantes: ¿es aplicable este término también al habla contaminada de los italianos y sus descendientes inmediatos en Salta o es que el “cocoliche” se debe circunscribir al área rioplatense? En consecuencia, en la región Noroeste ¿sólo se debería hablar de “interlengua”?
            A la luz de las nuevas investigaciones sobre las distintas situaciones de contacto interlingüístico e interétnico hemos revisado algunas caracterizaciones teóricas para situarlo en su justa colocación entre las lenguas en contacto. Para Cancellier (2003) el “cocoliche” no es una jerga, porque supone una extrema voluntad de comunicación e integración; tampoco es un dialecto, porque es un fenómeno mecánico individual de confusión entre dos idiomas (L1 y L2), se produce espontáneamente y suele desaparecer en la segunda generación; es un fenómeno típico y exclusivo del hablante que quiere expresarse en la lengua extranjera; un conjunto de isoglosas que se dilatan y reducen, es una lengua mixta y no se hereda; y tampoco es sólo un lenguaje exclusivamente de los inmigrantes italianos.
Ampliándolo al fenómeno inverso, en doble perspectiva, se refiere tanto al español corrompido por influjo de una base italiana, como un italiano estropeado por influjo contrario de una base española. Abarca dos ámbitos, tanto la interferencia del italiano sobre el español como la interferencia del español sobre el italiano.
Conclusión de esta ponencia, inicio de nuestro trabajo
Ahora bien, si se considera la lengua la manifestación más clara de la identidad individual y social, porque es en el grupo donde el individuo coparticipa en la creación de la lengua como lazo que vincula a quienes se encuentran en sintonía, por consiguiente, cualquier alteración en la norma vigente será interpretada como transferencia, no como desviación o perturbación. En los actuales trabajos sobre contacto de lenguas, particularmente los que se refieren a la situación de diglosia, se avanza desde el concepto de interferencia al de transferencia, por considerarlo mucho más abarcador y completo[6].
En el presente estudio compartimos el criterio por cuanto se hace hincapié en la producción oral más que en el sistema y se reconoce que la acción de una lengua sobre otra no sólo tendría que dar como resultado una desviación de la norma (transferencia negativa o interferencia), sino que también puede favorecer la realización de algún rasgo de ésta (transferencia positiva como convergencia); luego, preferiremos el término “transferencia”.



Bibliografía:
Cancellier
Devoto, Fernando ( 2006), Historia de la inmigración italiana, Buenos Aires, Biblios
Di Tullio, Angela Lucía (2003), Políticas lingüísticas e inmigración. El caso argentino, Buenos Aires, Eudeba
Martorell, Susana




[1] Una identidad tiene un núcleo motivado y un margen más o menos amplio de construcción. En cada individuo confluye una pluralidad de identidades: sexual, religiosa, étnica, nacional y también lingüística. Cada una de estas identidades lo identifica como miembro de un colectivo, formado por quiénes la comparten y lo diferencia de los otros. Entre estas identidades se establecen vínculos implicativos...(Di Tulio: 24)
[2]  La variedad que actualmente conocemos como italiano estándar tuvo su difusión a través de la escritura y en ello jugó un papel fundamental la prensa escrita.
[3] Cuando los miembros del grupo inmigratorio se distribuyen participan en las estructuras económicas, políticas, culturales, educativas como el resto de la población- lo que supone que dejan de atenerse a las normas, valores, conocimientos y roles desempeñados en la vieja sociedad-, pierden sus características culturales distintivas: se han asimilado a la sociedad receptora. (Di Tulio: 32).
[4] Prevedello, Gerosa, 1997: 51, utilizan el término "transfert"
[5] El apelativo tiene su origen en el naciente teatro popular rioplatense de fines del Siglo XIX con un caricaturesco personaje llamado “Cocolicchio”. La construcción estética del lenguaje de este personaje es una parodia del habla de los inmigrantes por ello rápidamente se aplicó para designar el habla de los inmigrantes italianos en su interacción con los miembros de la sociedad receptora.
[6] Prevedello, Gerosa, 1997: 51, utilizan el término "transfert"

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