jueves, 23 de julio de 2015

POLÍTICA LINGÜÍSTICA ANTE EL SEGUNDO CENTENARIO

            La celebración del segundo centenario del movimiento de mayo en la Argentina ha llevado a una serie de reflexiones en distintos campos como un balance y una evaluación sobre lo que ha pasado con el país en un proceso que lleva ya doscientos años.
            El I Foro de Lenguas del NOA fue un espacio de reflexión propicio para evaluar qué ha hecho la Argentina en los últimos doscientos años y cuáles son las propuestas para la nueva centuria en cuanto a la política lingüística.
            Cuándo se produjo el movimiento de Mayo, allá por 1810, la Primera Junta de Gobierno tuvo la visión de un país diverso, compuesto por criollos y aborígenes, es por ello que redactó proclamas y las hizo traducir a las lenguas nativas mayoritarias, con la intención de que esos pueblos se sintieran reconocidos e involucrados con la gesta emancipatoria que en parte era presentada como una reivindicación de las naciones sometidas por el Imperio Español.
            En el último cuarto del siglo XIX la naciente República Argentina planteó una política inmigratoria tendiente a consolidar el control sobre un territorio demasiado extenso y despoblado para garantizar la soberanía. Sin embargo la implementación de esa política fue dispar, generando hacinamiento en las ciudades y escasa distribución en la zona rural y aún menor o nulas en las fronteras.
            El preámbulo de la Constitución Nacional no ponía límites a la procedencia ni a la condición de los inmigrantes, pero frente a la idealización de la generación romántica, las personas reales representaban los rasgos étnicos europeos, mas no así una cultura superior, pues en su mayoría procedían del ámbito rural o de los sectores proletarizados de Europa.
            A fines del siglo XIX los gobiernos se encontraron frente a una diversidad cultural, étnica y lingüística tan grande que amenazaba con generar una multitud de ghetos y un país plurilingüe. Frente a ese desafío la decisión política fue la de unificar imponiendo una cultura y una lengua nacional, en detrimento de las tradiciones de los inmigrantes y de las comunidades aborígenes aún existentes.
            El principal instrumento de esa política fue la educación primaria obligatoria, laica y gratuita con peso de ley, por tanto con el apoyo de la institución policial y judicial para hacerla cumplir. La enseñanza en lengua castellana y de la gramática castellana se impuso de Ushuaia a La Quiaca sin importar la procedencia cultural de los estudiantes.
            La aplicación de la medida se facilitó ante comunidades analfabetas o con escasa alfabetización en las que los adultos consideraban a la sociedad criolla alfabetizada como superior y a la educación como un modo de promoción social. Otras comunidades organizadas para mantener la escolarización en su lengua materna tuvieron que aceptar las disposiciones gubernamentales y en el mejor de los casos mantener una doble escolarización para sus niños. Situación que se presentó especialmente con las aisladas y autónomas comunidades galesas instaladas en La Patagonia.
            Con la población joven -pero que ya no estaba en edad de ser asimilada por la escolarización primaria­- la política de nivelación lingüística pasó a través del Servicio Militar Obligatorio. Por el cual los jóvenes eran alejados de sus comunidades de origen, mezclados con otros y sometidos a las órdenes y a una enseñanza básica sobre los símbolos patrios impartidos en lengua castellana.
            La educación primaria obligatoria no contemplaba más que la enseñanza en y de lengua castellana pues estaba destinada a cumplir con la política de homogeneización cultural y lingüística. Sólo la educación privada daba cabida a la enseñanza de segundas lenguas en especial las clásicas –latín y griego- y otras que ya desde el siglo XIX estuvieron representadas en la Argentina por el inglés y el francés, debido a que la ingerencia política y cultural de Inglaterra y Francia los presentaban como una necesidad en la formación de cualquiera que se desenvolviera en un ámbito social prestigiado.
            Desde mediados del siglo XX, algunos países que en el pasado se desentendieron de los emigrantes, consideraron la posibilidad de reconstruir los lazos con ellos o sus descendientes e impulsaron políticas de difusión cultural y lingüística fomentando la enseñanza de lenguas ya estandarizadas para su inserción internacional. Tal es el caso de lenguas como el alemán, el italiano, el árabe clásico, el hebreo, el japonés y el chino mandarín.
            En la Argentina, a pesar de los cambios de simpatías en las relaciones internacionales, el inglés y el francés se mantuvieron con el prestigio del siglo XX, aún cuando la nueva cabeza del imperio sea Estados Unidos de Norteamérica, ya que allí aún ahora siguen consideradas como lenguas de prestigio el inglés británico y el francés.
Sin embargo en algunas escuelas públicas y privadas se incorporó la enseñanza de otras lenguas, como el italiano y el portugués, atendiendo a tradiciones que tenían que ver con contactos culturales o ascendencia.
            En las últimas décadas del siglo XX la política educativa fue marcada por un sesgo pragmático que reorientaba la enseñanza de las segundas lenguas, prefiriendo el inglés para usos técnicos y el francés para las instituciones educativas con orientación artística, manteniendo el latín y el griego para las de orientación humanística.
            La incorporación de la República Argentina a organizaciones panamericanas insistieron en la importancia del inglés en la educación obligatoria y la necesidad de incorporar el portugués por los nuevos vínculos políticos con el vecino estado del Brasil.
            Ahora, en la primera década del siglo XXI pareciera que la Argentina quiere seguir fiel a los dictados del Imperio y conservar solamente la enseñanza del inglés, en desmedro de todas las otras lenguas, desconociendo las tradiciones culturales y las posibilidades de vinculaciones internacionales.
            Ante un Bicentenario que nos obliga a cuestionarnos cabe preguntarnos: ¿Será que nos limitaremos a aceptar la imposición de la única lengua del Imperio  que espera que todos sus súbditos sólo sepan comprender sus órdenes y atender bien a sus turistas? ¿O asumiremos una actitud más soberana y sin desentendernos del orden internacional daremos lugar a la enseñanza de otras lenguas en las escuelas públicas?


Nota: La versión original de este artículo fue elaborado en el marco del Proyecto de Investigación  Nº 1744 del  C.I.U.N.Sa. y presentado en el I Foro de Lenguas del NOA, SALTA, el 11 de diciembre de 2010, organizado por el Departamento de Lenguas de la Facultad de Humanidades de la U.N.Sa.

No hay comentarios: